La hipertransparencia marca nuestra época y se convierte en un desafío especialmente para el accionar político y empresarial.
Es un tema de debate a nivel académico que está generando importantes reflexiones plasmadas en los nuevos tratados sobre reputación.
El “boom” de este fenómeno se ha hecho más notable a partir de grandes escándalos corporativos vigentes, como el de la farmacéutica británica GSK, en China, y la constructora brasileña Odebrecht, ambas judicializadas por la misma práctica: repartición de sobornos para ganar mercados.
Son partes también del auge de la hipertransparencia las revelaciones de Edward Snowden sobre la NSA, dando pie a lo que algunos se empeñan en llamar la era de “wikileaks”, paradigma que deja una gran lección a los inescrupulosos: el ocultamiento es insostenible.
No sé si nuestros políticos y agentes económicos dominantes están conscientes de que el poder se ha vuelto líquido, si partimos de que ya no tienen el monopolio de la información y la opinión que crea percepciones.
Andrea Bonime-Blanc plantea en su “Manual de riesgo reputacional”, de la biblioteca Corporate Excellence, una ecuación que desde su punto de vista define la hipertransparencia y que sintetiza con esta expresión: “Macrodatos y microdatos viajan y generan un impacto a la velocidad de la luz”.
Transparencia + datos + velocidad da como resultado la hipertransparencia, que va dejando desnudos a los poderes fácticos, los hace vulnerables, cuestionables y objeto de enjuiciamiento social, peor que un tribunal ordinario.
En la era de la hipertransparencia –dice Bonime-Blanc- “no hay lugar al que escapar, no hay lugar donde esconderse”.
Los poderosos ejecutores de fechorías, con influencia y capacidad de doblegar voluntades, pudieran sentirse coyunturalmente salvados y blindados, pero todo es cuestión de tiempo, de muy poco tiempo, pues si bien controlan a sus súbditos y tienen dinero para comprar toda la opinión favorable que deseen, no son dueños absolutos de la información, que fluye incontenible gracias a las nuevas tecnologías y a un ejercicio cada vez más fuerte de ciudadanía responsable.
El único blindaje sostenible para quienes hacen vida pública es desarrollar buenas prácticas, cumplir la ley, ser transparentes y rendir cuentas a la sociedad. Lo contrario es vivir en un pantano con todos sus riesgos asociados.