¡Qué afán el de la gente, de quitarse años de encima! No son solamente las mujeres, sino que también los hombres adolecen de ese complejo de querer siempre ser jóvenes.
Por lo menos en nuestra cultura occidental, porque es sabido que en los países orientales la vejez es sinónimo de veneración, respeto y sabiduría.
Pero en nuestra civilización, de este lado del mundo, son muy pocos los que declaran su verdadera edad, como si haber tenido la dicha de llegar a unos años avanzados fuera algo pecaminoso.
El principal blanco de los ataques a causa de la edad son las mujeres. Una muestra es el dicho de que “la edad es aquello que hace más apetecible al vino y menos a las mujeres”.
O el que plantea que preguntar la edad a una mujer es como comprar un carro usado, porque en ambos casos uno sabe que al marcador de millas se le han restado muchas, pero no sabe cuántas.
Esos son, sin embargo, chistes machistas que yo no comparto, sobre todo que, como dije más arriba, conozco a muchos hombres ridículos que ocultan su edad como si sus años fueran el producto de un robo.
Deberíamos, hombres y mujeres, aprender de los orientales y vivir cada momento de nuestra existencia con dignidad y pleno disfrute. Cada edad tiene su encanto, dice el refrán. Y es verdad.