Cuando el desorden económico e institucional predomina en cualquier país del globo terráqueo, las consecuencias inmediatas son la anarquía y el desequilibrio político, económico y social, lo cual se expresa de manera brutal en la aniquilación de la paz, el sosiego, así como las aspiraciones de progreso de la población.
La economía exige un ambiente social y político con un alto grado de estabilidad para promover un clima adecuado para que los agentes económicos, las personas físicas y jurídicas puedan tomar decisiones apropiadas sobre ahorrar o conseguir bienes y servicios.
Cuando el poder del desorden se impone, la primera victima es el Estado de derecho, lo que traducido a la realidad tiene como implicaciones negativas el deterioro del interés por la inversión, generando así perdida en la generación de empleos, inexistencia de mejores retribuciones salariales y perdidas de los signos vitales de la economía. Por igual, se engendra un mayúsculo deterioro en la educación, la salud, el consumo, la producción y la ejecución de diversos proyectos con vocación al desarrollo.
El poder del desorden congela el progreso de los países y estimula una mayor inestabilidad política y macroeconómica de dimensiones impensables combinada con un menor coeficiente hacia la inversión en infraestructura y capital humano, los cuales son favorables en un detrimento del medio ambiente. Y es que, con la ausencia de una adecuada gobernanza, la economía se desvía hacia un vendaval sin rumbo al caer en una hecatombe que provoca dificultades para la actividad económica y su recuperación en sentido general cuyos resultados son el desconcierto y el desorden.
Desde una perspectiva macroeconómica se puede reflexionar que las condiciones fundamentales que determinan la estabilidad y el desarrollo dejan de ser prioridades en virtud de que esas variables se subordinan a las pretensiones del poder del desorden y las aspiraciones de los grupos de poder que deterioran el Estado y su responsabilidad social e institucional.
Cuando quienes ostentan el poder sustentan sus preocupaciones en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones, ponen en evidencia que sus propósitos están forrados de criterios miopes acerca del desarrollo económico y social de un país, lo que en una alta proporción explica por qué su única empeño fundamental es procurar mejorar su pobre imagen mediante groseras campañas mediática en perjuicio de la calidad de los servicios públicos esenciales como lo son la salud y la educación.
Si quienes ostentan el poder son incapaces de entender que existe una relación íntima y vinculante entre la economía, la prosperidad y el gobierno, entonces, nunca van a entender que solo la inversión, pública y privada, es la única que puede generar empleos estables y que ha de superar el sub empleo y el empleo informal.
En adición, la expansión del desempleo y el incremento del desempleo juvenil son una muestra fehaciente del fracaso de la ejecución de la política económica, la cual se traduce en una frustración generalizada en la población que pierde las esperanzas de la prosperidad.
La incertidumbre en que caen los ciudadanos cuando ven morir sus posibilidades de progreso y una mejor vida, es lo que en una alta proporción induce a las grandes migraciones, la orientación hacia la informalidad, al no encontrar empleos de remuneración digna.
Esa válvula de escape debe preocupar la conciencia de los diseñadores de política económica y a las autoridades económica ya que cuando se observa un incremento de las remesas familiares, lo que está detrás de eso es la frustración que estimuló la migración económica, y aunque esta sea bien recibida, lo cruel es como se generó en el exterior.
Cuando se observan las diferentes mediciones de empleo, lo primero que sale a relucir es que el mayor volumen de empleo se concentra en la informalidad, con baja productividad y lo peor es que esta dinámica de empleo sale de la esfera de la seguridad social. Tal situación pone en evidencia el hecho irrefutable de que la economía está siendo incapaz de generar los empleos requeridos, por tanto, no absorbe o incorpora la mano de obra a las actividades productivas del país, careciendo de remuneraciones adecuadas y acorde con las destrezas y niveles de competencias adquiridas.
La realidad que se vive con el escenario impuesto por el poder del desorden ha construido una vulnerabilidad espantosa, donde el mayor logro de la ejecución de la política económica es la creación de demasiadas personas excluidas, marginadas y olvidadas que se sienten furiosas frente a quienes gobiernan.
La desproporción económica y social ha llegado a sus límites prudenciales, mientras quienes están elaborando los informes económicos desde las instituciones públicas dibujan un paisaje lleno de fantasías y bondades estupendas fruto de la manipulación de las cifras con criterios tan pobres para justificar que se ha logrado la magia del de un crecimiento y estabilidad histórico, pero que resulta ser invisible, perturbadora del bienestar colectiva y una afrenta en el concierto de naciones regional y global.