La noche del jueves me llenó de dolor e impotencia ver las imágenes de dos niños que murieron calcinados en el sector Cristo Rey, en la ciudad capital. Aunque no se ofrecían detalles de las causas del incendio, se informaba que la madre los había dejado solos y que no fueron socorridos a tiempo.
Aunque ya no hay remedio, no está demás reflexionar sobre la pérdida de esos dos infantes y del dolor que, de seguro, acompaña a sus familiares, particularmente a su madre, que se convierte en una víctima también de las condiciones de pobreza y marginalidad en que ha tenido que desenvolver su vida.
Tenemos la cultura de satanizar o burlar a las mujeres que esperan un tiempo prudente para tener sus hijos. A pesar de lo mucho que ha avanzado la mujer en los ámbitos laborales, profesionales y sociales, todavía quedan fuertes vestigios de esa visión que relega a la mujer a la condición de vientre para parir y de ama de casa.
La expresión popular que expresa ese lastre cae como un martillo sobre las mujeres que sobrepasan los veintiún años sin tener hijos, a quienes sus familiares y relacionados le sentencian con las expresiones: “estás quedada”, “te quedarás jamona”.
El otro lado de la moneda es el de las mujeres jóvenes que han tenido hijos no planificados y que terminan engrosando las cifras de las madres que están criando hijos solas, la mayoría de las veces sin tener las condiciones materiales ni emocionales para asumir tan loable e importante tarea, que es la de forjar a las futuras generaciones.
En tanto la República Dominicana es un país de escaso desarrollo, que tiene a más de la mitad de la población en estado de pobreza, cuando una mujer o pareja no planifican el momento de tener hijos, lo que ocurre es que entran en el círculo vicioso de sumar nuevos pobres, que estarán expuestos a pasar una y mil calamidades, en un entorno social en que no es suficiente el esfuerzo de los padres para salir adelante.
Conozco casos de personas jóvenes que tiene hijos no planificados a quienes sus vidas les ha cambiado drásticamente, quiéranlo o no, y a quienes a pesar del afán por el trabajo digno sólo reciben frustraciones.
Muchas de esas frustraciones terminan convertidas en resentimientos, que se descargan sobre los niños y niñas, a través de maltratos físicos, verbales y psicológicos.
En algunos casos, muchos de estos padres y madres prematuros ya son el fruto de realidades parecidas a las que ellos reproducen. Por eso no le dedican el tiempo que requieren sus hijos porque sus vacíos emocionales los impulsan al ocio y al vicio, olvidando el sacrificio que impone ser madre o padre.
Los padres y madres de familia son los responsables de orientar a sus hijos e hijas sobre su sexualidad y las consecuencias de sus decisiones sexuales, pero en muchos casos le dejan esta responsabilidad a la vida, que no siempre trae las mejores enseñanzas.
La escuelas, que debería ser el lugar donde la educación sexual ganara terreno, no cumple ese papel; y en las iglesias que son un paradigma social empeñado en sostener la familia este tema se toca de manera muy somera. Por eso creo que el silencio sobre la sexualidad responsable es una de las principales causas de los embarazos en las adolescentes.
Tener un hijo es una bendición cuando los padres se planifican y están preparados económica, social y emocionalmente para cubrir las necesidades de esos niños. Porque cuando no se está preparados los hijos son sinónimo de amargura para sus padres y la vida es equivalente a sufrimiento y limitaciones para los infantes.
La colectividad social tiene que orientar más seriamente su rumbo en torno a esta problemática tan lastimera. Una sociedad sin garantías para que los niños puedan vivir dignamente y en alegría, no puede tener un buen final. Y para que eso ocurra hay que contribuir a que los padres del mañana no sean padres prematuros ni sean padres irresponsables. Es cuestión de educación, no solo de aulas. ¿Comprendes?