En muchas cosas puedo no estar segura, otras las descubro en el camino, pero una de las creencias de las que estoy completamente convencida es que cada quien, sin importar edad y sexo, nace con dones especiales que tiene la responsabilidad de utilizar.
A lo largo de mi vida he leído y también escuchado de viva voz de los protagonistas cómo escogen determinados caminos, contrario a sus deseos, cómo estudian carreras muy divorciadas de sus dones, cómo contraen matrimonio y los mantienen por conveniencia económica, costumbre o exigencia social y familiar; cómo permanecen en trabajos que no les gustan solo por no moverse de su zona de confort…
Todas estas situaciones tienen un factor común: el miedo.
Hay muchas razones para tener miedo. Unos crecen con miedo a las reacciones de su entorno cercano, ya sean abuelos, padres, hermanos u otros familiares; otros se tienen miedo a sí mismos porque en el trayecto nadie les enseñó a ver el miedo como una palanca de empuje para lograr lo que desean.
Hay algo que debemos tener bien claro: el miedo siempre estará presente en nuestras vidas, pero lo que no podemos permitir es que él nos paralice, nos limite y nos haga permanecer estáticos.
Debemos también saber que nosotros seremos los que viviremos con las consecuencias de nuestras decisiones y acciones, por lo que culpar a otros no tiene sentido, ni mucho menos hacer lo que no queremos para agradar y complacer a otros, sin importar el vínculo o respeto que tengamos con ellos.