Es difícil saber en qué punto exacto la meteórica carrera de Sergio Moro comenzó a ser tema de la prensa internacional.
Durante mucho tiempo había sido un engranaje más del caso Lava Jato. Sin embargo, para 2015 ya era un reconocido protagonista del proceso y, además, heredero del aura heroica que la opinión pública reserva para los jueces vengadores.
Se convirtió no solo en el paladín de todas las luchas anticorrupción en América Latina, sino en el nuevo paradigma del juez serio.
Era el redentor de América, la espada salvadora que impediría que el demonizado Lula se saliera con la suya o, peor, ganara las elecciones en Brasil. Moro se convirtió en el estándar de la ética, y sus críticos estuvieron expuestos durante mucho tiempo a ser señalados como patrocinadores de todo lo malo.
Su fama lo protegió de las críticas que muchos le hicimos (me incluyo) durante el proceso. Sus veneradores le perdonaron todo: la filtración de grabaciones ilegales, la saña con la que decidió interrogar a Lula el día del entierro de su esposa de más de cuarenta años, la forma en que lo mandó a encarcelar con un operativo cuasi militar aunque su presa había señalado que se entregaría al ser requerido.
Le perdonaron que pocos días antes de las elecciones hiciera públicos documentos de una supuesta investigación que involucraba al candidato del Partido de los Trabajadores, a pesar de que ello podía influir en el resultado electoral.
Sus acciones contra el Estado de derecho, su uso de la investigación Lava Jato para beneficiar a un candidato presidencial, su público socializar con los investigados de Lava Jato que se beneficiaban de la prisión de Lula, la caída de Dilma y la lentitud del superjuez en los casos en los que le venía en gana: todo le fue perdonado.
Tan lejos fueron que llegaron a perdonarle que, encima de todo esto, aceptara el nombramiento como ministro de Justicia con el que le premió el candidato que tanto se benefició de sus acciones.
Pero se le acaba el tiempo a la reputación personal y jurídica del señor Moro. La edición brasileña del medio TheIntercept, coeditado por Betsy Reed,Glenn Greenwald y James Scahill, obtuvo y ha hecho público el historial de las conversaciones que sostuvo por Telegram el juez Moro con los fiscales del caso Lava Jato.
El contenido es escandaloso, peor de lo que cualquiera podía suponer. En lugar de cumplir su función, el entonces juez Moro hizo piña con el Ministerio Público, colaborando con este para lograr la condena del hombre al cual él juzgaba.
Lo publicado hasta ahora es demoledor para el señor Moro, y aparentemente falta más. Puede ser desastroso contra el caso Lava Jato en pleno, que ahora se encuentra en dudas.
Quizás a Moro lo salve de la cárcel su propia condición de ministro de Justicia, premio a su labor, pero lo que parece seguro es que la ambición que lo encumbró también causará la demolición de su tan cuidada imagen pública. Pocas veces alguien habrá merecido más su castigo.