Recientemente me cuestionaron públicamente sobre la importancia de la cultura para el desarrollo del país. Como suma de ideas y conocimientos gracias al desarrollo del intelecto, por un lado; o, como reunión de ideas, costumbres, tradiciones, normas, códigos y diferentes manifestaciones artísticas, por otro, la cultura, como un hecho vital, representa nuestra forma de vida y las expresiones de la sociedad.
La cultura, pues, constituye el instrumento esencial para recordar lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. De ahí su significación. Si no tenemos memoria de la forma de vida de nuestros aborígenes, de nuestra etapa colonial, moderna y actual, si distorsionamos lo que nos hace dominicanos y no tenemos una visión de lo que queremos ser, estamos condenados a perder nuestra identidad y el desarrollo al que aspiramos.
Le toca al Estado, a través del Ministerio de Cultura, sobre todo, sin perjuicio de los demás ministerios, de manera especial el de educación, contribuir al fomento de la lectura, el estudio y el trabajo, garantizar la socialización de la cultura y el acceso de las minorías y grupos discriminados a ella, pues la cultura es una obra colectiva, no individual.
Hacer visible las obras plásticas -pintura, escultura, orfebrería, dibujo, cerámica, grabado y artesanía -, escénicas – el teatro, la danza, el cine – y las musicales -ópera, zarzuela, teatro musical, perfomance, recitales, circo, títeres y otras -, nos permiten conocer nuestra verdadera idiosincrasia, tradiciones y costumbres, contar nuestra historia y con ello de dónde venimos, nuestras manifestaciones identitarias, nuestras diferencias con relación a otros pueblos y nuestra responsabilidad de cara al futuro. Porque la cultura es nuestro legado y la base para transmitir enseñanzas a las próximas generaciones.
De ahí el poder transformador de la cultura, pues a través de las manifestaciones artísticas podemos transmitir saberes y cuidar incluso nuestra salud mental y corporal.
En este mes de la patria cabe recordar que la idea fuerza del patricio Juan Pablo Duarte por nuestra libertad tuvo en las sociedades La Filantrópica y La Dramática, creadas luego de La Trinitaria, verdaderos instrumentos de fomento cultural y de conciencia de las ideas independentistas para salir del yugo haitiano.
El poder de la cultura permite que los pueblos y comunidades sojuzgadas y vulnerables busquen salir de dicha situación de dominación mediante la búsqueda de la fuerza y el poder, que es precisamente la cultura.
La cultura debe ser prohijada desde el Estado y desde la sociedad misma, pues ella, con la educación como su hermana univitelina, deben impulsar un conjunto de actividades que se transformen en bienes y servicios culturales, de industria creativa y creación de contenido -con valor de propiedad intelectual-, para fomentar el beneficio y crecimiento económico, el desarrollo de la cultura y la creatividad.
La cultura nos fortalece, nos hace auténticos, nos vivifica, nos hace individuos con historia (sabemos la génesis de nuestros antepasados, su forma de vida y manifestaciones sociales y comunitarias), con espíritu (rasgos comunes e inmutables a lo largo de nuestra historia), con conocimiento (saber popular e intelectual), con afectos (personales, familiares, de amistad y comunitarios) y moral (principios y valores construidos a lo largo de la vida individual y social).
En suma, la cultura es la fuerza, el poder y el ancla que permite que encontremos nuestro punto común, nuestra identidad. Ante las dificultades, la cultura sirve para acudir a nuestro ser, recordar quiénes somos, de dónde venimos, de qué estamos hecho, por una parte; y, por otra, nos sirve para expresarnos, manifestación irrefutable de nuestra libertad, esencial para nuestra supervivencia.
Siempre he considerado que el compromiso del gobierno con sus planes se manifiesta en el presupuesto asignado a estos. Si la cultura produce recursos para nuestro desarrollo, lo cual es medible, y si el presidente está comprometido con el desarrollo cultural y las industrias creativas, por la amplia producción de bienes y servicios que dependen de ellas y las que dependen de la innovación y la socialización de las distintas manifestaciones artísticas, ello debe manifestarse en un robusto presupuesto para el Ministerio de Cultura, aún cuando sabemos de las limitaciones de los ingresos gubernamentales.
Quiero apostar a que la cultura institucional no siga siendo la cenicienta del presupuesto general de la nación. Solo el presidente y su liderazgo permitirán realizar el cambio cultural que necesitamos para nuestro real desarrollo.