Ante el impacto mundial y nacional del Coronavirus, la cuarentena también es de clase, y en ese sentido los dominicanos buscaremos cualquier forma de ocio y recreación, pero con una perspectiva diferente. No será igual para el que vive en Gazcue, Distrito Nacional, o el que vive en La Joya o los Pepines, en Santiago.
La realidad expuesta por el gobierno dicta mucho de lo que se vive en los barrios, donde la sobrevivencia al día a día es el factor común de una población cuya tasa de desempleo juvenil es de un 29.4%, la más alta de América Latina y el Caribe, según un estudio presentado por diferentes organizaciones nacionales e internacionales.
En tanto el porcentaje de informalidad laboral en República Dominicana es de 58.7%, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional Continua de Fuerza de Trabajo (ENCFT)
Con estos parámetros podemos agregarle la situación de viviendas y condiciones que tienen las mismas en nuestros barrios, muchas de ellas inadecuadas para el aislamiento por las condiciones donde el ambiente no es íntimo, seguro, con estructuras tangibles para el desarrollo de la convivencia humana, donde lo social y lo natural no se distinguen.
Y es que la calamidad socioeconómica de nuestro país en la coyuntura actual desnuda nuestras precariedades de salud, vivienda, empleo, educación y alimentación.
El barrio tiene su propia dinámica, desde el callejón parte atrás, y los que viven próximos a arroyos ríos y cañadas; allí la cuarentena toma otra particularidad que no es la de las grandes urbes, donde las precariedades por restricciones le hacen focos de vulnerabilidad.
Y aunque el gobierno nacional trata de manejar la situación, debe comprender que la realidad actual plantea que a grandes dificultades debemos buscar grandes soluciones en conjunto, con todos los sectores políticos, empresariales y barriales, para el seguimiento permanente de una pandemia que no distingue clase pero que afecta de manera severa los sectores populares.