La informalidad en la economía es un fenómeno distorsionante que nos acompaña, erosiona los ingresos del Estado e impide a los agentes económicos convertirse en inversionistas sostenibles.
La macrocefalia estatal, que no para de inflarse ni de generar duplicidades, presionando cada vez más las finanzas públicas, es un factor de atraso, crea una burocracia lenta, en rezago y causa costos extras a la iniciativa privada.
El sentido de piñata que se verifica en términos territoriales en el país, para satisfacer la gula política, ahorca el presupuesto nacional.
El exceso de provincias, municipios y distritos municipales es, además de una locura, una factura muy pesada para todos.
La corrupción administrativa por la vía del gasto y la privada por el lado de los ingresos constituyen una alianza nefasta: funcionarios públicos haciendo su agosto con el dinero del pueblo y un núcleo de “empresarios” y “políticos” financiándose en forma rastrera con los impuestos dejados de pagar.
La alta evasión del ITBIS y del Impuesto sobre la Renta es corrupción privada, una esfera que está llena de predicadores moralistas, de críticos de la gestión pública, verdaderos fariseos que miran la viga en el ojo ajeno, pero no en el de ellos.
Si como sociedad pudiéramos ponernos de acuerdo para erradicar la informalidad, reducir el tamaño del Estado, fusionar provincias y municipios, tener un Congreso unicameral, castigar con drasticidad la corrupción y llevar al patíbulo moral a los grandes evasores, con dolorosas sanciones financieras para su patrimonio, sería una gran revolución.
Estaríamos refundando la República con dinero suficiente para saldar la deuda social, invirtiendo en salud, educación, infraestructura, seguridad pública, producción alimentaria, saneamiento, vivienda, transporte.
Estos cuatro pasos virtuosos, concretos y realizables son la real reforma, muy superior a cualquiera de esos pactos en los que hemos perdido tanto tiempo sin resultado alguno.
Solo bastan voluntad y coraje para asumir estos ajustes. Y es mejor hacerlo antes que en poco tiempo nos toque un quiebre social, político, económico y aparezca un mesías desquiciado para gobernarnos.