La sociedad asiste a realidades diversas que, a veces, son muy difíciles de explicar y que, por consecuencia, resultan complicadas para el entendimiento.
Son momentos en los que “el ná es ná” y “el tó es tó”. En los que, lo bueno es malo y viceversa; lo malo es bueno y hasta referente positivo y ejemplarizante.
Quizás muchos, al igual que yo, se han detenido a analizar, ente otras cosas, la calidad de algunos spots publicitarios y el enfoque que sus creadores les han dado para intentar posicionar la marca o el producto en el mercado.
Los “creativos” no han escatimado esfuerzos en intentar igualar la placidez de la que disfruta una persona cuando retorna a su hogar, al seno de su familia, y recibe la atención y el amor de los suyos con la “satisfacción” que brindaría poseer un objeto, un perfume y hasta un buen alimento al alcance de la mano.
He escuchado la pasión con la que una voz masculina expresa sus deseos de salir del trabajo para volver cuanto antes a su casa, donde lo estaría esperando, “quien lo entiende”, lo acomoda, lo comprende, lo añoña y le da toda la felicidad que necesita para disfrutar su vida a plenitud.
Cuando llega al hogar, corre hacia la cocina, abre su nevera y la muestra con orgullo: ¡Ella es todo lo que necesito!, dice sin ambages, mientras del interior de ese aparato, mueble, equipo o “traste” saca una botella con un líquido, aparentemente, bien frío. Igual ocurre con un pedazo de queso, de jamón, una pizza, una cerveza, en fin… cualquier cosa sin sangre ni corazón.
En contraste con esto, vemos, escuchamos y sentimos en el día a día la valoración que tiene la gente de la gente: para muchos, sus semejantes son poco menos que desechos, cuyo único destino debe ser el zafacón y el olvido.
Un artículo del laureado periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), titulado “Para mayores de 50”, refleja la desesperanza de generaciones anteriores a las actuales por el espacio en el que se ha venido convirtiendo el mundo… “todo ahora es desechable, dice, hasta las personas y sus relaciones con los demás”, agrega.
“Me caí del mundo y no sé por dónde se entra”, reflexionó al escribir ese artículo y, en verdad, cualquiera que ame la vida, que valore el respeto, la amistad, la solidaridad, la bondad y los sentimientos, está en pleno derecho de pensar que este mundo ya no es su mundo.
Porque, a la par que son exaltados objetos como si fueran personas, éstas son insultadas, agredidas, perseguidas, mutiladas, pisoteadas y hasta ultimadas por quienes, amparados en una gran carga de odio y amargura, valoran lo material por sobre todas las cosas, y ni siquiera guardan las formas.
Es un mundo de cambio en el que no pueden echarse por la borda las esencias humanas para privilegiar la perversidad, la maledicencia, el egoísmo, la violencia, la delincuencia, el crimen y el egoísmo.
Como en todas las manifestaciones, la presencia del Estado es fundamental en el proyecto de evitar que las sociedades se deslicen por completo por el despeñadero de la maldad, pero, como en otras muchas cosas, no puede ser el único que asuma el compromiso de trabajar en ese sentido. Debe ser una propuesta holística, que involucre, inevitablemente, a la familia. Es un compromiso de todos.