La ultra reacción de Colombia no se resigna a la derrota y viene por la revancha. Circulan las imágenes de una reciente manifestación de calle en Bogotá, bajo las consignas de: Fuera Petro, viva Dios y abajo el comunismo.
Un presidente que acaba de juramentarse, ya están por derribarlo a la fuerza.
Lo que sucede en Colombia nos refiere inevitablemente a lo que se vivió aquí cuando el 27 de febrero de 1963, Juan Bosch se instaló en la Presidencia. La vieja oligarquía no admitió la voz del pueblo y, bajo el estímulo de los norteamericanos, con el respaldo franco de la jerarquía católica, tomó el camino de la conspiración. A los gritos de: Abajo Juan Bosch, viva Cristo Rey y abajo el comunismo.
Con el anticomunismo como bandera, comenzaron las manifestaciones de “reafirmación cristiana”, los conspiradores se ganaron el sector militar más reaccionario y corrompido, a los siete meses estaba Juan Bosch en el suelo y el pueblo otra vez sometido a la ley de bronce de la dictadura militar.
Bajo amenaza semejante está Colombia. El presidente Gustavo Petro ha asumido el poder legítimo que, en una admirable demostración de conciencia política le dio su pueblo. Promete luchar contra las viejas injusticias sociales que agobian al pueblo colombiano, por la concordia con sus vecinos y por alcanzar la tan anhelada paz total con los grupos armados.
Todo eso es pecado mortal a los ojos de la recalcitrante oligarquía colombiana, que hace fortuna con la guerra y el narcotráfico y no concibe otro trato hacia las fuerzas populares que la violencia y el terrorismo de los paramilitares. Desesperados, tratan de crear el clima emponzoñado en el cual crecen las conspiraciones, para que lo peor y más comprometido de los cuarteles colombianos remate el poder legítimo que Petro encarna.
Ya que en un país como Colombia es impensable un “golpe blando”, lo que vendría sería el golpe sangriento, la división irreparable de los cuarteles y el país y la guerra civil en una situación mundial como la presente.
El presidente Petro es hombre lúcido y espero que igualmente sea hábil y resuelto frente a los Iván Duque, Álvaro Uribe y sus secuaces. Y se recuerde que la legitimidad y el deber lo autorizan a sancionar debidamente a los sediciosos. “Yo tenía en mis manos la espada de la ley, vinieron contra mí y chocaron con ella”, dijo una vez un sacerdote presidente que tuvimos por acá.