La mayoría de los votantes confió en Danilo Medina y en 2012 fue a las urnas para permitirle subir las escalinatas del Palacio Nacional como presidente.
En 2016 esa confianza fue ratificada: el pueblo le dio le oportunidad de gobernar por cuatro años más en claro reconocimiento a su desempeño.
En el primer cuatrienio la economía se mantuvo en crecimiento con baja inflación y estabilidad relativa de la tasa de cambio. En un país con serios problemas de inequidad en la distribución del ingreso, Medina se esforzó por estar al lado de los menos pudientes derramando ayudas con los frutos del crecimiento.
Ha construido el gobernante una sólida base de apoyo y legitimidad en los pobres y esto ha sido clave para el mantenimiento de la paz social, operando como anestesia frente a problemas estructurales que siguen intactos.
Medina ha gobernado con una alta tasa de aceptación (al menos hasta el final de su primera gestión), algo que ha atesorado y cuidado, evitando riesgos hasta el punto de no asumir decisiones reformadoras que pudieran ser dolorosas.
Esa confianza que Danilo Medina ha trabajado con esmero está hoy bajo seria amenaza por el caso Odebrecht, con ramificación en varios países bajo un mismo eje transversal: el pago de sobornos para conseguir asignación de obras de infraestructura.
Si se rompe la credibilidad que ha inspirado el mandatario, los tres años y siete meses que le quedan en el poder serán un camino de espinas, una vía dolorosa, un período en el que todo olerá y sabrá mal, un interregno opaco y de hartazgo, un ejercicio del poder bajo sospecha, con problemas de gobernabilidad.
El país estaría colocado frente a un precipicio político y probablemente dando un salto desesperado al vacío, aunque quizás eso es lo que nos falta como nación: tocar fondo para poder reinventarnos comenzando de cero.
El caso Odebrecht, purulento, ofensivo, una mancilla social, no debe quedar como pantomima en términos de consecuencias y esperando a que el viento se lo lleve de la memoria colectiva.
Culpables señalados y juzgados, sanciones drásticas aplicadas sin importar quienes sean, es la única salvación de la fe en Danilo, de la viabilidad de su gobierno y de la sobrevivencia del peledeísmo.