3,4-dihidroxifenilalanina. Eso es lo que está en el fondo del placer. Una sustancia química producida por las células nerviosas en el cerebro para darle señales a las demás. Sin embargo, no es tan simple… ni tan complicado.
Nuestro circuito de placer puede ser desencadenado por algunas cosas obvias y otras no tan obvias.
«Hay algunas de las cosas que nos gustan porque estamos programados para que nos gusten, como consumir alimentos, tomar agua y tener relaciones sexuales», le explica a la BBC David Linden, profesor de Neurociencia en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y autor de un libro llamado «El compás del placer».
«Hay otras cosas que aprendemos a disfrutar. Por ejemplo, mientras que estamos programados para que nos guste el dulce, las preferencias personales están determinadas más que todo por la experiencia individual, el aprendizaje, la familia, la cultura: todas las cosas que nos hacen individuos», dice Linden.
«A la gente le gustan las cosas con las que crecieron -agrega el experto-. Por ejemplo, yo vivo en Baltimore y aquí hay gente a la que le gustan los chiles y a otras no. Si yo viviera en México, es muy probable que a casi todas las personas que conociera les gustarían».
Y, ¿pasa lo mismo con los animales? ¿Aprenden las mascotas a disfrutar las cosas que comen sus dueños, a pesar de sus instintos?
«¿Desarrollan los gatos mexicanos el gusto por el chile? No, nunca. Esto es algo que los humanos pueden hacer pero otros mamíferos no, y no sabemos bien por qué».
Nada de amarguras
Sea por lo que sea, señala Linden, parece que estamos programados a evitar el sabor amargo. En la naturaleza, las cosas amargas a menudo son tóxicas, así que no debes comerlas o tienes que prepararlas con cuidado.
«Es por eso que no es raro que un niño, que aún no conoce mucho de la comida, rechace las cosas amargas. A medida que crecemos, a medida que vamos aprendiendo qué debemos comer y qué no, puede que nos empiecen a gustar algunas cosas amargas», aclara.
Ocasionalmente, la genética juega un rol en nuestros gustos. Linden cita el ejemplo del cilantro
«Hay quienes lo odian y quienes lo aman. Y ahora sabemos que los que lo odian tienen una mutación en un receptor olfativo particular en la nariz que detecta un químico que es liberado cuando masticas cilantro».
No obstante, eso no ocurre muy a menudo.
Un estudio de gemelos que crecieron en hogares distintos muestra que el grueso de las preferencias alimenticias es aprendido, no heredado.
Cosas bonitas, sonidos bellos
Samir Zeki enseña neuroestética, en University College de Londres. Investiga la manera en la que la belleza nos da placer.
«Me especializo en el cerebro visual y las respuestas efectivas -como deseo, amor, belleza- que desencadenan estímulos visuales», explica.
«Cuando uno experimenta belleza -en un paisaje, en una pieza musical, en las matemáticas, en un rostro, en un cuerpo-, no importa en qué forma, se activa la misma parte del cerebro emocional».
«Es el centro del placer en el cerebro y es asociado con satisfacción. Y es que si lo consideras, la belleza es placer, es gratificante, así que forma parte del mismo estado afectivo, de la elación del placer, de satisfacción, de recompensa».
Pero, ¿todos los placeres son iguales? El placer que nos dan las drogas, el sexo o la comida, ¿todos le hacen lo mismo al cerebro?
«Una de las cosas que descubrimos es que, cuando se trata de placer, parece haber un santuario interno de regiones del cerebro que son unitarias», responde Morten Kringelbach, un neurocientífico que trabaja con las universidades de Aarhus, en Dinamarca, y Oxford, en Reino Unido.
«Para mí, eso es potenciamente muy interesante y sorprendente», opina e ilustra: «Si uno piensa en el placer que nos da la comida, se siente muy distinto al placer de la música. No obstante, toda la información indica que probablemente no deberíamos guiarnos por nuestras experiencias: las señales eléctricas en regiones específicas del cerebro son las mismas».
Así que aquellos -y aquellas- que dicen que el chocolate es mejor que el sexo, quizás están comiendo muy buen chocolate.
¡Uno, dos y tres!
Como te anticipamos, en el fondo de todo esto hay algo con un nombre muy largo: 3,4-dihidroxifenilalanina o, si lo quieres más corto, dopamina.
«Sabemos que la dopamina es crucial, que si aumentas la cantidad, aumenta el placer, y si la retiras, bloqueas la capacidad de sentir placer. Y sabemos que actua en lugares particulares del cerebro donde si los destruyes dejas de sentir placer. Lo que todavía es un misterio es por qué la liberación de dopamina en esta parte del cerebro produce placer», señala Linden.
Cualquiera que sea la razón, el placer llega en tres fases, según indica Kringelbach.
Primero viene el deseo: anticipación, anhelo, ansias.
Después hay un período de gusto: el disfrute de la comida, el vino, el sexo, la película o la metanfetamina.
Finalmente, la saciedad: el período de la satisfacción.
¿Por qué insisten en controlar nuestro placer?
Las autoridades, señala Linden, quieren regular las cosas que hacemos.
«Estoy hablando de sexo y drogas. Dicen: ‘no puedes tener relaciones sexuales si no estás casado’ o ‘no puedes pagar por ellas’ o ‘no puedes ser homosexual’; y ‘no puedes consumir ninguna droga que active tu centro de placer, ya sea nicotina, alcohol, canabbis, etc.’ mientras que otros dicen: ‘puedes tomar alcohol, pero nada más'».
«En ese sentido, la regulación de nuestro circuito de placer en el cerebro es una de las grandes misiones tanto de gobiernos como de religiones».
¿La razón?
«Yo creo que les preocupa mucho nuestros placeres porque son los que rigen nuestra conducta. Son muy fuertes. Para estas instituciones eso representa una amenaza pues las cosas que son altamente placenteras puede alterar el orden establecido».
El placer y el dolor
Algunos placeres son obvios y muy compartidos: el chocolate o Bach; una cerveza o un atardecer.
Pero otros parecen extraños.
Un sadista goza inflingiendo dolor. Un masoquista, sintiéndolo.
«No hay nada que explique biológicamente por qué hay algunos que desarrollan un gusto por ciertas prácticas sexuales y otros no. Pero sí hay algo que decir sobre el placer y el dolor», señala Linden.
«Ambos son indicadores de algo que es importante, significativo. Nos dicen: ‘¡préstale atención a esto! ¡guárdalo en tu memoria porque esto es algo que necesitarás recordar más adelante!'».
Eso es lo que tienen en común el placer y el dolor, así que es posible que cuando se mezclan, ya sea en alguna práctica sexual o en un plato de comida con chile, hay gente que las puede disfrutar porque son supersignificativas y eso es, por sí sólo, de alguna manera gratificante», dice el neurocientífico.
Así que el placer está escrito en la bioquímica de nuestro cerebro.
Lo que pasa es que a veces, como dijo el filósofo existencialista danés Soren Kierkegaard, «la mayoría de los hombres persiguen el placer con tal apresuramiento que, en su prisa, lo pasan de largo».