Importante que, en su artículo de ayer, el compañero Freddy González recordará que la cesantía laboral se le arrebató hace ochenta años a la tiranía de Trujillo.
Porque, al recordarlo, González nos convida a pensar en el valor histórico que hay envuelto en ella, en el elevado precio en sangre, sudor y lágrimas que debió pagarse por lograrla y denuncia implícitamente, que quienes pretenden anularla tratan de llevarnos mucho más atrás del régimen de Trujillo.
La ley de la cesantía se promulgó en medio de las grandes movilizaciones de la clase obrera y de las fuerzas de la resistencia interna contra Trujillo.
Como la gran huelga del 27 y 28 de enero de 1942, de los obreros de la caña en el este, por la jornada de ocho horas y aumento salarial.
En medio de las influencias de los exiliados republicanos españoles, gracias a la conciencia de dirigentes obreros que eran verdaderos monumentos a la vergüenza y el valor, la fundación en septiembre de 1943, del primer partido de izquierda revolucionaria, en fin, en medio de una larga jornada de luchas, organizadas desde la más cerrada clandestinidad, que culminó en la huelga del 7 de enero de 1946 en los ingenios extranjeros del este, pero que estremeció al gobierno. Y había que ver qué gobierno era ese.
Trujillo maniobraba hipócritamente. Promulgó la ley de la jornada de ocho horas, del pago de las horas extras, creó la Secretaría de Estado de Trabajo, en mayo de 1945. Pero todo aquello se quedaba en el papel.
Él hacía la ley y al mismo tiempo, hacía la trampa. Autorizó la formación de gremios en las provincias, pero el vocero de las mismas tenía que ser el gobernador provincial. Creó la Directiva Nacional de Gremios, pero presidida por un abogado de los grandes empresarios, el doctor Pedro Troncoso Sánchez. Y, sobre todo, usó el crimen político.
La sangre de Mauricio Báez y de otros líderes obreros asesinados, el exilio de por vida de Nando Hernández, todo eso y muchísimo más está envuelto en la conquista de la cesantía, que ha sobrevivido a todas las reformas laborales, y ahora la patronal quiere anularla. Envalentonada por la marea antiobrera que recorre el mundo y por la debilidad de nuestro movimiento sindical.
Pero esta batalla de opinión hay que librarla. Y espero que el presidente de la República se niegue a cargar con la culpa histórica de que bajo su gobierno se les arrebate a los obreros una conquista tan peleada como esa.