La búsqueda de la divinidad y de sí mismo en el arte de Parmenio Díaz

La búsqueda de la divinidad y de sí mismo en el arte de Parmenio Díaz

La búsqueda de la divinidad y de sí mismo en el arte de Parmenio Díaz

Alex Ferreras

Parmenio Díaz es un laureado pintor, muralista, escultor y músico jaragüense de cuerpo entero, por tanto, conocedor de su oficio. Humilde, culto, honesto a toda prueba, sensitivo, un hombre de grandes sentimientos.

Su arte es para disfrutarse en silencio, volcados en nuestro interior. En sus inicios como pintor egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, se enfrasca en una fuerte lucha consigo mismo, a juzgar por el sinfín de variaciones que hace sobre un mismo tema. 

Es el arte de Díaz una aventura espiritual en la que no quedan atrás, en un lugar destacado, los desnudos mundanos y divinizados, las palomas, los soles, los paisajes, y diferentes tipos de animales, raras veces con características definidas, otras veces, sugeridas, un rasgo del arte figurativo.

En él resalta la fuerte tensión que se da entre las fuerzas instintivas que luchan por abrirse paso, ya ordenadas y sosegadas, en el espacio de la conciencia artística del pintor, que viene a delatar el coeficiente artístico del que habla Marcel Duchamp.

Nuestro artista es un cultor empedernido del mundo interior. Su intimismo denuncia la riqueza espiritual que atesora. Guarda fidelidad a ultranza al arte, cual se advierte en la paloma que hace descansar su pico en el sol, elemento este sugerente de ese Cristo trascendente en una parte importante de su obra, en la cual la vida triunfa sobre la muerte.

Díaz rinde culto a su propia obra como mimesis de la creación, con un sentimiento y una emoción, antes que desbordados, sobrios, en reposo. No es el suyo un cromatismo estridente.

Muestra habilidad en el manejo de los diferentes grados de iluminación propio de la pintura figurativa. Sobresale en ella el color amarillo dorado que trae a la mente la devoción en el pintor por la divinidad, por ese sol a menudo presente, el cual revela su amor por la verdad que espera tanto de sí mismo como de los demás en las relaciones que establece con ellos.

El blanco, otro color que se destaca, refleja la inocencia, la santidad y la pureza, en contraste con el color negro, símbolo de las expresiones de muerte en su espíritu que debe vencer a diario.

Se adivina en los colores azul y verde el amor del cielo y el triunfo de la vida en medio del vacío y la esterilidad espirituales que apuntan ahogarnos, de no buscar trascender con nuestros actos en este mundo perecedero.

Parmenio Díaz disfruta con pasión la vida en el fondo común de humanidad que comparte con nosotros, pero que por lo mismo no puede evitar sufrir intensamente el dolor.

Pervive en su obra pictórica ese niño de campo tímido, humilde, sencillo y de gran corazón que siempre fue.

Por formación y convicción, un buen día decidió jurar fidelidad a su oficio con espíritu refinadamente observador desde el momento en que descubre su vocación.

Se respira en su pintura ese aire de pureza, de paz e inocencia del alma que adivinamos en las palomas, así como en la lucha que libra con esa fuerza caótica e instintiva de donde sale limpio el arte que pone en nuestras manos. Es el suyo un canto apasionado a la divinidad, la vida, la verdad y al bien.



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