Nadie se da cuenta pero estamos viviendo en una inmensa burbuja del tamaño de la sociedad dominicana, que se origina en la economía pero que ya ha invadido el espacio político y social.
Sumergidos en esta “bonanza económica” podría pensarse que todo está bien, que nos sentimos conformes con que las cosas vayan como van, que el fabuloso crecimiento del PBI y las exportaciones señalan un camino esplendoroso, que los extraordinarios beneficios que están obteniendo los bancos, los monopolios y oligopolios, son señales inequívocas de que vamos por el camino del desarrollo.
Podemos hasta creer que en este país de modernísimas torres, de jeepetas y vehículos de último modelo, de deslumbrantes “malls” y de exóticos restaurantes siempre llenos, todo marcha a pedir de boca y de que no existe mejor evidencia del alto nivel de bienestar alcanzado, que las cifras que sobre la macroeconomía, nos ofrecen nuestras autoridades del Banco Central de cuando en vez.
Vivimos en el país de las paradojas: mientras no producimos ni una gota de petróleo, nos damos el lujo de derrochar una cantidad invaluable de combustible en vehículos de alto consumo y en un sistema de transporte público ineficiente, anacrónico y oneroso, controlado por grupos mafiosos que operan a la libre y que desde hace tiempo se le ha ido escapando de las manos al propio Estado. El metro (la cereza del bizcocho) ha sido la respuesta del gobierno a este maravilloso desorden, con el único inconveniente de que para ser verdaderamente efectivo, tendríamos que gastar para su construcción, hasta lo que no disponemos.
Florecen por doquier las grandes tiendas, los modernos supermercados y los ¨dealers¨ de carros nuevos y usados. Las salas de cine y de espectáculos nunca habían estado tan activas, y los apartamentos de lujo se agotan antes de terminados. El consumo se ha disparado paralelamente con la difusión de las tarjetas de créditos, los préstamos personales y otras formas de crédito. Navegamos impulsados por un torrente de dinero del cual no tenemos ni idea de donde nace. Una economía subterránea (fundada en los recursos del narcotráfico, el lavado de dinero y la corrupción) parece ser la respuesta a este deslumbramiento.
Mientras tanto las cifras sobre el crecimiento de la economía solo importan a los que están arriba e importan cada vez menos a la mayoría de la población empobrecida. Sin ni siquiera mencionarlo por su nombre nos han convertido en un verdadero laboratorio neoliberal que nos ha hecho crecer pero a costa de una profunda desigualdad social, al tiempo que se nos vende el sueño de que si somos dóciles, en el largo plazo, recibiríamos parte de esa riqueza cuando se produzca el “derrame”. En el ¨largo plazo estaremos todos muertos¨, decía Keynes.
En la burbuja en que vivimos conviven dos países muy distintos que se soportan en aparente armonía bajo el manto de la llamada “estabilidad macroeconómica”, que viene siendo algo así como la burbuja mayor. Es tan notable que hasta el embajador del Reino Unido baso su disertación ante la Cámara de Comercio Dominico Británica (Britcham) en torno a este fenómeno: “Los turistas que visitan RD y van más allá de las playas de Punta Cana se impresionan por el hecho de que hay dos Repúblicas Dominicanas. La República Dominicana de los pobres y la de los demás”, expresó el diplomático.
Envueltos en esta burbuja nos hacen creer que vivimos en Democracia y que las instituciones públicas (Poder Ejecutivo, poder Legislativo y Poder judicial) funcionan bajo esos principios. De hecho tenemos elecciones “libres”, un gobierno central con sus ministerios y sus otras instituciones, una justicia sofisticada, con altas cortes y todo eso, un congreso bicameral con diputados y senadores.
Sin embargo, a la hora de la verdad nada de eso funciona, los ministros y demás funcionarios van a esas funciones a acumular riqueza, las sentencias de nuestros tribunales, incluidas las “altas cortes”, la mayoría de las veces se deciden fuera de estas y por decisión de otras personas que no son jueces, y los legisladores no son más que fichas que operan también en la defensa de sus prebendas y privilegios.
En la burbuja en que vivimos ya no existen diferencias doctrinales ni ideológicas entre los partidos políticos, todos persiguen el mismo fin: vivir y acumular a costa del presupuesto Nacional. Al final de esta comedia hemos llegado al terreno idealizado de un gobierno de “Unidad Nacional”, en donde las fuerzas otrora enemigas a muerte, se dan el abrazo de la paz y la armonía, en aras de seguir depredando los recursos de una población que ha empezado ya a descubrir la burbuja.
Dentro de la burbuja abundan los moldeadores del pensamiento, los opinócratas de la radio y la televisión, los periódicos y los periodistas del sistema y toda la fauna restante de seudocomunicadores, cuya misión conjunta es asegurar que todo lo que se comente, discuta o “analice” sea siempre dentro de los límites de la burbuja. Para mantenerla inflada se requiere del “aire” que aporta el presupuesto a los diferentes medios y “bocinas”.
Finalmente esta burbuja en que vivimos no podría sostenerse sin la orquestación, sin la comprobación existente entre los poderes fácticos. Entre los empresarios, el Estado, los políticos y sus partidos, las iglesias y los medios de comunicación, existe una conspiración que se expresa finalmente en la explotación de la mayoría de la población y en el saqueo final del dinero público a través de múltiples y variadas formas.
Pero resulta ser tan grande y bochornosa la cantidad de recursos que del presupuesto se reparten estos grupos, que eventualmente harán explotar la gran burbuja económica que alimenta a las demás burbujitas y cuando esto ocurra no habrá partido ni líder político, ni religioso, ni de la sociedad civil, ni de ningún otro lado que pueda contener la ira de todos nosotros.