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La bendición de ser pobre

Claudio Caamaño Vélez Por Claudio Caamaño Vélez
La bendición de ser pobre
Claudio Caamaño Vélez

Como aquel pasaje de la viuda en el templo (Mateo 12:44, Lucas 21:3), donde Jesús dice a sus discípulos que ella con su monedita de cobre había dado más que los ricos con sus monedas de oro, pues mientras los demás daban de lo que les sobraba, ella había dado todo lo que tenía para vivir.

Es así como en medio de la pobreza una mujer aparta un poco de la comida de su familia para compartirla con la familia del vecino, que ese día no tiene que comer. No porque le sobre la comida, sino porque sabe lo que es no tener nada.

Así también la señora que cuida a los hijos de una joven que no tiene donde dejarlos para ir a trabajar. O aquel que dedica su día libre para ayudar a echarle el plato a la casa de un amigo. O los vecinos que hacen una colecta para pagar algún procedimiento médico. O algo dolorosamente común, los amigos que colectan para ayudar a pagar unos gastos funerarios.

Son cosas que se viven todos los días en los barrios más humildes y los campos más olvidados de nuestro país. No lo hacen “para salvar sus almas del infierno”, sino porque saben lo que es pasar por eso y la dicha que es poder darle la mano a otro.

El pobre aprende a no ser indiferente, a sentir en su estómago el hambre del otro y en su corazón el dolor de los demás.

El otro día iba montando bicicleta en una zona rural de nuestro país, pobre como la mayoría de nuestros campos. Era medio día y me detuve a descansar un rato.

Me quedé dormido y al despertar me encontré con una taza de café a mi lado. Una señora me la había dejado. No me preguntó si quería, ella sabía que lo necesitaba y me lo dio. En medio de sus precariedades, que seguro son muchas, me dio de lo poco que tenía.
A veces la pobreza material nos ayuda a cultivar las riquezas del espíritu… Y esas son eternas.

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