La autoridad bien ejercida siempre ha sido la herramienta más efectiva para el ejercicio del poder, cuando las intenciones de quien o quienes lo ostentan están encaminadas a procurar el bienestar común de los pueblos o naciones que representan.
En el caso particular de República Dominicana, el ejercicio del poder ha perdido poco a poco su esencia, debido a las debilidades que se ponen de manifiesto en quienes asumen el mando político y con este el dominio y control del Estado. En el presente siglo ha sido una constante.
Las leyes sin autoridad no tienen sentido, debido a que quienes las aplican se preocupan muy poco por su efectividad. Para muestra un botón.
La Policía Nacional, cuya autoridad ha mermado considerablemente, se ha convertido en una agencia de medalaganarios y muchos de ellos inciden marcadamente en el fomento de la violencia y la delincuencia. Eso requiere de una reingeniería total que cambie la imagen y la realidad de sus integrantes.
Los institutos castrenses han retrocedido mucho en su responsabilidad de preservar los intereses nacionales y con ellos la soberanía de la patria, porque una parte considerable de sus miembros ha puesto más empeño en sus fortunas y avances personales. Incluso, perdiendo su vocación de guardianes de la nación y de sus intereses.
Para un país que busca progreso y desarrollo no basta con tener un presidente con las mejores intenciones, si quienes le acompañan en el ejercicio solo tienen ambición de dinero, de poder y de influencia, situación que afecta a gran parte de las agencias del Gobierno y al resto de los poderes del Estado.
Si la Policía actúa, la Justicia libera, el Ministerio Público o los auxiliares contaminan las pruebas y finalmente los delincuentes, con su poder económico, todo lo permean, incluyendo esos estamentos, y al final hacen de todo y nadie les retiene en las cárceles. Esto indica que, aunque el poder sea total, la autoridad es débil.
El país requiere de un poder con autoridad para afrontar, no sólo los abusos contra la patria, las migraciones abusivas, la delincuencia y el crimen organizado, sino para encaminar la nación por los senderos del progreso y del crecimiento sostenido.
Es hora de comenzar a trazar las pautas para que el ejercicio del poder sea cónsono con la autoridad, pero tomando como base el interés de la nación. ¡Qué Dios nos ilumine!