El cantante Sergio Vargas acaba de desentonar tristemente una nota, acaba de despatillarse vocalmente en su declaración de hace unos días en que señaló que “poner un pobre a administrar fondos públicos es como poner a un gato a cuidar carne”.
Este planteamiento es un gran desatino y una gran inconsecuencia, no sólo por su falsedad, sino también porque surge de alguien que proviene de estratos pobres de nuestra población. Pero este comentario encuentra causas que lo determinan, es decir, no se produce por mera ignorancia. Veamos algunas de esas razones.
Adela Cortina, una afamada pensadora española, autora de varios textos de filosofía y ética, y ganadora del Premio Nacional de Ensayo 2014 de España, en una de sus últimas publicaciones titulada “Aporofobia, el rechazo al pobre: un desafío para la democracia”, nos da pistas fundamentales.
En este libro refiere que la “aporofobia” o rechazo al pobre, es uno de los problemas sociales y económicos más acuciantes de nuestro tiempo.
En el pensamiento de la autora se destaca que no son los extranjeros los que provocan el mayor rechazo, sino los pobres, pues de los extranjeros se espera que hagan aportes de carácter económicos o culturales.
A los pobres, en cambio, se les ve como aquellos “que no pueden ofrecer nada bueno”.
En el fenómeno abordado encontramos también otras razones que inciden. Hoy muchas personas y jóvenes pertenecientes a los estratos pobres de la sociedad, no encuentran motivos para reconocer que tienen esa adscripción social.
Diferente a lo que ocurría en décadas pasadas, en que muchos ciudadanos con orgullo decían “yo soy pobre pero honesto”, “yo soy pobre pero limpio”, en la actualidad muchos prefieren renegar de la pobreza. Y es que dentro de tal condición se sufre mucho.
Ella es una condición dolorosa, humillante, asociada al estigma de sentirse “descartado”. Puedo atestiguar que, en investigaciones que he realizado, algunos jóvenes pobres al ser entrevistado me han respondido ¿pobre yo?
Considero que las declaraciones de Sergio Vargas son una grave ofensa a los pobres de nuestro país, los cuales junto a la población “vulnerable” constituyen la mayoría poblacional de la República Dominicana. La población pobre de nuestro país no es ladrona.
Más bien ha sido una víctima de los que ostentando condiciones distintas a la pobreza, y desde altos puestos de la administración pública o privada, se han apropiado lo que no es suyo.
Frente a los pobres de nuestro país no caben ni proceden las estigmatizaciones, lo que cabe es dejar de hacerlos víctimas, de una vez por toda, de una educación sin calidad, de servicios de salud precarizados, de ineficientes servicios públicos, de falta de empleo y de una estructura impositiva que da lugar a una mala redistribución del ingreso nacional.