En muchos entornos laborales se habla de talento, conocimiento técnico y experiencia como los grandes determinantes del éxito profesional. Sin embargo, hay algo que, aunque no figure en el currículum, pesa mucho más que cualquier certificación: la actitud.
Una actitud positiva no significa sonreír todo el tiempo ni negar los problemas, sino asumirlos con madurez, buscar soluciones, sumar al equipo y mantener la disposición de aprender. Es esa energía silenciosa que hace que un entorno se mueva hacia adelante, incluso en los días difíciles.
Por el contrario, una actitud negativa actúa como un freno invisible; genera resistencia al cambio, dificulta la comunicación y desgasta la dinámica de equipo. A veces, quienes la asumen no se dan cuenta de cuánto se cierran sus propias puertas. Porque el talento puede abrir oportunidades, pero la actitud determina si esas oportunidades se mantienen abiertas o no.
Hay profesionales con gran dominio técnico que no avanzan porque su actitud les resta más de lo que su conocimiento suma. No es el entorno el que los detiene, sino la forma en que se posicionan frente a él.
Cultivar una buena actitud no es un asunto de personalidad, sino de consciencia. Es entender que cada interacción deja huella, que el modo en que respondemos a los retos refleja nuestra madurez y que, en el ámbito profesional, la disposición vale tanto como la competencia.
Una actitud positiva no solo te hace más fácil de liderar o de integrar en un equipo; también te convierte en una persona que inspira confianza, y la confianza es el activo más valioso en cualquier organización.
Así que antes de preguntarte por qué no avanzas, revisa primero cómo estás enfrentando lo que ya tienes delante. Porque en el mundo laboral, la actitud no solo se nota, también se evalúa
Etiquetas
Silem Kirsi Santana
Lic. en Administración de Empresas, Máster en Gestión de Recursos Humanos.
Escritora apasionada, con habilidad para transmitir ideas de manera clara y asertiva.
