Si lo sabía lo olvidé. The Economist recuerda de la mitología helénica que un príncipe de Troya recibió de Zeus el don de la vida eterna, para descubrir que no significaba juventud permanente, sino una inescapable senilidad.
La culta referencia es por sus reportajes sobre los sorprendentes hallazgos de las enormes inversiones de multibillonarios para investigar cómo retrasar o detener el envejecimiento humano.
La vida del trópico hace casi imposible leer cualquier cosa sin relacionarla con la política, más faltando cuatro días para las elecciones municipales.
La vida eterna política es una aspiración delirante de muchos de nuestros líderes. Balaguer, Bosch y Peña Gómez nunca soltaron su puesto como jefes de sus propios proyectos, mientras mantuvieron cordura aun sin buena salud.
Creo que aspirar a eternizar algo tan irremediablemente pasajero como la juventud realmente no es lo procurado por algunos políticos, sino satisfacer una enfermiza adicción al poder. Entre los ex, hasta ahora sólo Hipólito Mejía se ha librado exitosamente del maleficio.
La juventud no es virtud ni defecto sino simplemente un dato o suma de días. Hasta el alma se arruga. Según versos castellanos, todas las horas hieren y sólo la última mata.