“Un hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia, sino el que, pudiendo ser injusto, no quiere serlo”, proclamó el dramaturgo griego Menandro.
Justicia y pureza van de la mano; impiden y cambian la naturaleza de un ser o su actividad.
Un justo se eleva, se acerca al equilibrio espiritual, además de comprender el conocimiento del universo en toda su plenitud.