Es cierto que el pueblo está desesperado y temeroso por los asaltos y crímenes que se están cometiendo casi diariamente y a todas horas en el territorio nacional.
Pero es muy preocupante también el comportamiento no menos peligroso y bestial por parte de sádicos criminales que pretenden hacer justicia con sus propias manos cuando detienen a pequeños ladroncitos.
En una fílmica se ven tirados en el suelo dos jóvenes a los que se les está dando tremenda paliza y cómo algunos individuos brincan y caen sobre su cabeza y su cara. Luego un hombre saca una pistola y los acaba de asesinar a tiros.
Ese comportamiento no se puede permitir porque demuestra que tan insensibles y criminales como los peores criminales son los que pretendiendo hacer justicia disfrutan o se divierten torturando a jóvenes detenidos e indefensos, y que Dios sabe si algunos de los acusados y asesinados eran inocentes.
Ese salvajismo, el sadismo demostrado por algunas personas me recuerda la época del Anfiteatro Flavio o Coliseo Romano donde los hombres eran tirados a los leones para ser devorados y el público aplaudía delirantemente.
Pero también el asesinato del sacerdote Francisco José Canales a manos de Juan Rincón, un enfermo y peligroso criminal que a pesar de haber matado a su esposa y a otras personas, por influencias, siempre era dejado en libertad.
Cuando al fin Juan Rincón fue llevado al tribunal el juez le preguntó: ¿Quién mató al padre Canales?
Él fríamente respondió:
La justicia de Santo Domingo. Porque si me hubieran condenado cuando asesiné a mi primera esposa estaría preso y no en libertad.
Por eso señor Juez, considero que yo no soy culpable por la muerte del padre Canales, sino la justicia de Santo Domingo por dejarme en libertad. Repitió Juan Rincón.
¿Por qué los que se dedican a perseguir y asesinar brutalmente a pequeños ladroncitos, no persiguen y hacen lo mismo con la cantidad de ladrones influyentes que no se han robado la loma Isabel de Torres y el Océano Atlántico porque no les caben en los bolsillos?
Yo personalmente creo que los que asesinan a un hombre o a una mujer para robarle un celular, a un motorista para robarle su motor, a un policía o militar para quitarle su arma de fuego y seguir atracando y asesinando, merecen ser fusilados; porque muchas familias han sido destruidas por esos asesinos y muchos niños han quedado huérfanos, sin la protección de su madre y de su padre.
Pero una cosa es pretender hacer justicia y otra, asesinar públicamente de manera cruel y salvaje a otro ser humano. La justicia no puede permanecer indiferente. Esos también son criminales y como tales deben de ser tratados.