¿Recuerdan ustedes a la oveja Dolly, que hace una veintena de años atrajo la atención mundial al ser clonada por unos científicos de Escocia?
Aquello fue, para decirlo en una forma simple más fácil de comprender, como si a la famosa oveja se la pasara por un papel carbón para obtener otra oveja Dolly, de carne y hueso, igualita a la original.
Es muy fácil referirse uno a aquel gran episodio de la ciencia, diciéndolo casi como un chiste, pero a mí me asusta pensar en lo que todo esto parece desembocar.
La oveja Dolly murió. Pero los científicos siguieron haciendo experimentos con óvulos, genomas y células madre, habiendo logrado hasta hoy el nacimiento “por transferencia nuclear” de cuatro clones de Dolly, que se llaman Debbie, Denise, Dianna y Daisy, las cuales gozan de buena salud.
Hasta ahí todo va bien, y es de suponer que un día no lejano desaparecerá el hambre en toda la faz del planeta, porque el hombre no sólo fabricará ovejos, sino también vacunos, porcinos, aves y pescado sin límites.
Donde el rabo se le retuerce a la puerca es en el punto que se refiere a los seres humanos.
Si se pueden clonar ovejos, debe poderse clonar hombres. Esos hombres, ¿tendrán libre albedrío o serán robots controlados por otros? ¿Serán seres magnánimos y progresistas o perversos sátrapas cultores del mal y la destrucción?
Me inscribo en la lista de los que tememos que estamos jugando a ser Dios.