El periódico El Día de fecha 22/12/21, en su primera página titula “El abusador traficaba con droga altamente delictiva”, “Droga incautada en Boca Chica”, “El caso Pulpo entra en etapa de definición”, y sigue titulando en sus páginas interiores: “Pagán hizo negocios con implicados en el caso Larva”(pág. 6); “Asignación del caso Pulpo a Deiby Peguero abre una etapa crucial” (pag. 8); “Fiscales tienen una montaña de trabajo” (Pág. 8), y así sucesivamente, hasta la página 11 vamos encontrando titulares de la misma especie.
Dichos titulares nos ponen ante una sociedad en que se dan una variedad de casos que reflejan una honda descomposición social.
Dichos titulares expresan, asimismo, un proceso de judicialización en los que están involucrados muchos políticos de baja ralea. En realidad hoy vivimos una judicialización de malos políticos, que han usado la política no para dar buenas respuestas en lo social y en lo económico, sino como un medio para autoservirse y amasar fortunas.
La masiva cantidad de actos de lavado, narcotráfico, evasión de impuestos, cohecho, extorsión, soborno, etc., habla de una sociedad en que ha crecido indeteniblemente el afán de dinero, poder y fortuna; afán que, hablando con propiedad, se ha extendido a los diversos estratos de la sociedad. En nuestra sociedad el dinero se ha convertido en el nuevo dios, en la nueva razón de ser.
La diversidad de conductas y procedimientos no santos es llevada a cabo por personas del llamado “cuello blanco”, personas que no son impulsadas por la falta de recursos sino por un individualismo rampante, que no se conforman con lo que tienen sino que aspiran a tener más, sin importarles el desamparo y las precariedades que abaten a una significativa proporción de familias y de personas de nuestra sociedad.
Aunque tampoco justificable, pero no comparable al daño que ocasionan las acciones corruptas de las personas de “cuello blanco”, encontramos el raterismo generado por tres circunstancias: la pobreza extrema, la falta de ética y valores y la imitación a lo que hacen los de “arriba”.
Tanto la conducta de los de cuello blanco, como las acciones de ratería deben ser condenadas con dureza. Pues ninguna de las dos se justifica.
Hemos llegado a un punto en que se impone, como nunca, el enfrentamiento de la impunidad, como forma de desestimular estos comportamientos. Solo mediante una condena ejemplar frente al delito, venga de donde venga, así como mediante una masiva campaña de educación cívica y ética, podremos ver decrecimiento de estos terribles males.