Juan XXIII

Juan XXIII

Juan XXIII

David Alvarez

A la santidad estamos llamados todos los bautizados. Tomás de Aquino señalaba con acierto que la finalidad de todo ser humano, su felicidad, es prepararse para el encuentro con su creador y redentor.

Y en eso consiste la santidad, en ser imagen y semejanza de Dios, que al ser redimidos por el pecado por Jesucristo, es la imitación de Cristo mismo, desde las circunstancias concretas de cada uno. Cuando la Iglesia proclama que un hombre o una mujer son santos nos está proponiendo su vida como ejemplo para el camino propio de la santidad personal.

Yo nací siendo Juan XXIII el Obispo de Roma y de niño evoco imágenes de él que mi madre tenía.

Aunque a la sazón ya era pontífice Paulo VI, por lo visto para mi madre era más Papa el primero que el segundo.

El Papa bueno caló muy hondo en la religiosidad popular además de su impronta revolucionaria al poner a la Iglesia en el camino del cambio que tanto se demandaba.

Al igual que Francisco, la vida sencilla y abierta a todos de Juan XXIII fue el pivote en torno al cual se fraguó el Concilio Vaticano II. Irónicamente fue escogido como un Papa de transición, debido a su avanzada edad y mala salud, pero el Espíritu Santo le jugó una buena pasada a los cardenales que le escogieron.

Francisco en tal sentido está más cerca de Juan XXIII que de Juan Pablo II. La concreción del Concilio sigue siendo tarea pendiente.



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