El escultor de Bonao Juan Trinidad asegura que los artistas necesitan más apoyo, porque en el país hay mucho talento, iniciativa y creatividad.
SANTO DOMINGO.-La perseverancia del escultor Juan Trinidad está dejando sus frutos y hay uno en particular que le llena de orgullo: haber representado a su país en el evento “Reviviendo la humanidad”, celebrado en Egipto, dentro del Foro Mundial de la Juventud.
Desde sus primeros pasos en el arte, Trinidad supo que el camino que emprendió en su natal Bonao era difícil, pero su obstinación, dedicación y empeño le han permitido acumular la experiencia que un buen artista debe tener.
El mejor mensaje
A su regreso de El Cairo, Egipto, confiesa que la experiencia de llevar “un mensaje de paz a través de su trabajo” le ha inyectado nuevos bríos para seguir tallando “la dominicanidad “ en cada uno de sus obras y exhibirla a los cuatro vientos.
Trinidad dio forma a una pieza única que denominó “un corazón por la paz”, en el cual plasmó la identidad de sus raíces, pues sus “esculturas hablan de esa mezcla de tainos, españoles y africanos, la simbiosis de la dominicanidad”.
Asegura: “No debemos olvidar nuestra bella y mágica identidad, tenemos que abrazar nuestras raíces y sentirnos orgullosos de lo que somos porque, en la mayoría de los países, hay sol y playa, pero muchos no tienen esa hipersensibilidad y alegría que identifica a los dominicanos”.
Como artistas, indica Trinidad, se tiene un compromiso con la nación, por lo que hace un llamado a no dejarse influenciar del trabajo de otros países y ser originales.
Luego de 15 días, el corazón de Trinidad estuvo listo: una figura abstracta-figurativa en madera roble policromado de un metro y medio, la cual se quedará en exhibición permanente en el Museo de El Cairo.
Historia de superación
“Mi vida ha sido una guerra de muchas batallas. Me he enfocado y he vencido con Dios a mi lado”, así inicia Juan el relato de sus inicios.
Él viene de un hogar muy religioso, donde su padre aspiraba que se convirtiera en sacerdote, deseo que no le pudo cumplir porque “decidí que mi vida era el arte”.
Agrega: “Dejé Bonao para vivir en Santo Domingo.
Trabajé duro y comencé ‘suapeando’ una academia para no hacer lo mal hecho”, él reconoce que sus limitaciones eran muchas y fuertes, “pero hice todo tipo de trabajos, pero no me dí por vencido”.
El llamado del arte
La escultura tocó su puerta en una visita a su hogar natal, en unas vacaciones, “y veo a los muchachos modelando y pintando en la Plaza de la Cultura; al mirarlos me detengo y siento que Dios me dice ‘eso es lo tuyo’.
Luego, cuenta con nostalgia y emoción, parado en la orilla del río, pasa un trozo de madera y lo toma y, “aunque estaba limitado por falta de dinero para comprar las herramientas, me fui a la casa… tomé cucharas y limas viejas y empecé a darle forma”.
La pieza se la mostró al maestro Cándido Bidó, quién le dijo: “Esa pieza está muy buena” y le aconseja que la lleve a una primera convocatoria del premio del maestro Antonio Prats Ventós, que en ese entonces era en el Centro Cultural Hispánico.
“La llevé… y luego migré a Argentina… a las dos semanas me llaman para informarme que mi pieza ganó la primera mención de honor y me mandaron el recorte de periódico… y allá dije ‘miren que soy escultor’, ahí se empezó a escribir mi historia ”.
Anécdota no contada de la escultura
El viaje. Juan Trinidad nos cuenta que “la participación dominicana” tuvo en la arqueóloga Kathleen Martínez, que reside en el Cairo y trabaja en Alejandría, una gran aliada, y luego de una convocatoria, donde participaron varios artistas, él resultó elegido.
Afirma que no hay palabras para describir la emoción de participar en este importante evento en Egipto, para lo que eligió una pieza de madera de roble, la cual talló a cielo abierto, en el desierto, al igual que los 195 artistas convocados.
Como anécdota cuenta que los nervios eran muchos, pero que la “energía que sentía del pedazo de madera que llevaba en su maleta lo hacían sentir seguro.
Confiesa: “Había momentos que sentía que la madera me decía ‘nos va a ir muy bien’.
Cuando me coloqué con mi roble en el lugar asignado para que trabajara, y ver como se acercaban las personas y apreciaban su olor y escucharlos sus expresiones de “waoooo”… me hizo sentir muy bien”.