Joven, ¿a usted le sucede algo?

Joven, ¿a usted le sucede algo?

Joven, ¿a usted le sucede algo?

En mi casa, que en verdad es la casa de mis abuelos, no teníamos modernos equipos de música pero en un viejo radio escuchábamos todas las emisoras y en ocasiones en nuestra vieja carcacha musical llegaban las señales de emisoras que los equipos modernos no captaban. Eso nos consolaba y hasta nos llenaba de orgullo, aunque en el fondo a mí me habría gustado tener uno de esos equipos stereos que subían mucho de volumen.

En esa reliquia sonora, mis abuelos escuchaban los merengues típicos y estaban pendientes de los servicios públicos, de los saludos, de las notas luctuosas y de las informaciones y noticias, mientras yo solo estaba pendiente a escuchar la música del momento, en las horas en que no estaba siguiendo los programas de dibujos animados y los programas infantiles.

Una de las cosas que más recuerdo es que a las doce del mediodía, todos los días, las emisoras entonaban el himno nacional. Mi abuelo, el viejo Ramón “Bola” como le conocen en mi pueblo, dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo y, como movido por un resorte, se ponía de pie, colocando su mano derecha sobre el pecho, en señal de saludo.  Yo que no entendía el motivo de este acto también lo hacía. Me parecía muy lindo de su parte, pues aunque yo no comprendía las razones profundas de su actuación, sentía que lo que él estaba haciendo era algo importante y bueno, tomando en cuenta la formalidad con que lo hacía.

Más adelante, cuando entré a la escuela, la cual quedaba a una esquina de mi casa, volví a encontrarme con la misma acción de mi abuelo, aunque replicada por toda la gente que allí se encontraba. En todas las ocasiones en que se cantaba el himno nacional, hasta las personas que pasaban montados en sus caballos o burros se detenían y hacían el mismo gesto con las manos en el pecho. Así fui comprendiendo que aquella canción que todos cantábamos  nos aportaba el sentido del honor y nos hacía sentir parte de una comunidad.

Después de grande supe que en la radio se colocaba el himno con el propósito de enfrentar el creciente liderazgo del Dr. Peña Gómez, quien era rechazado por grupos racistas en el poder. Y también me enteré que fue la dictadura trujillista la que impuso a fuerza de garrote el respeto por la bandera y el himno nacional, símbolos que eran mezclados con los íconos de la dictadura, en interés de confundir una cosa con la otra.

Aun con el rechazo que siento por los propósitos ocultos que motivaron a los dictadores criollos a imponer la cultura del respeto por los símbolos patrios, no puedo desconocer que esas acciones aportaron algo positivo a nuestro pueblo. Desgraciadamente en la etapa democrática esa actitud de respeto hacia el himno y la bandera se han debilitado sensiblemente.

Hace unos días, mientras pasaba frente a un liceo de la capital, empezaron a entonar las notas del himno nacional y yo me detuve y me quedé inmóvil a esperar que concluyera. Me sorprendí al ver que todas las demás personas seguían caminando. Incluso, algunos me miraban como si yo fuera una retrasada mental y una joven hasta me peguntó que si me sucedía algo.

Les confieso que en ese momento quise desaparecer, al comprobar una vez más lo debilitada que está nuestra identidad y lo mucho que se han perdido nuestras costumbres y tradiciones.

Eso me ha hecho pensar que si bien las dictaduras usaron la imposición para sus propósitos de dominio, en la etapa democrática parece que el plan ha sido que nos olvidemos de todo, que nos desapeguemos de todos los símbolos para que todo nos parezca nada, también para que las formas de dominio de esta época cobren cuerpo.

Acciones contradictorias, en definitiva, han procurado lo mismo. Pero en el primer caso por lo menos nos dejaban el respeto por algo. Ahora nos  lo quitan  todo.

Isauris_almanzar@hotmail.com