Mis recuerdos sobre el año escolar 1979-1980 son muy hermosos. Había cursado mi primer año de filosofía en el Seminario San Pío X (1978-1979) y llegaba al Seminario Santo Tomás de Aquino para continuar. Ese periodo escolar comenzó tarde, porque al finalizar el verano el país sufrió el embate del Huracán David, por tanto debimos comenzar clases al finalizar septiembre. Desde octubre viajaba del Seminario al Dominico Americano a tomar clases de inglés en las tardes. El verde de las plantas, luego del paso de la tormenta, convirtieron el Mirador del Sur, que me quedaba a una cuadra, en un escenario maravilloso para caminar, hablar con amigos, orar.
En esos tres últimos meses del 1979 conocí a varias personas que me cambiaron la vida para siempre. A Benito Blanco sj, Emilio Brito sj, Fernando Ferrán, Rafael Torres cssr, y a mi esposa, Alina Bello, precisamente estudiando inglés. Viéndolo en perspectiva me luce casi increíble que en 90 días ocurrieran los encuentros más trascendentales de mi existencia y que marcarían mi vida hasta el presente. A otros los conocí en el siguiente año y medio, y uno de manera destacada fue el P. Jorge Cela sj, quien recién acaba de fallecer el pasado 29 de noviembre, justo con el inicio del Adviento, en Cuba, su tierra natal.
Jorge fue mi profesor de Antropología física y cultural. Y ese curso fue una experiencia de remodelación radical de mi cerebro. Vivimos con Cela lecturas y diálogos que pusieron toda nuestra perspectiva de lo que era el ser humano en perspectivas novedosas, sobre todo nuestra evolución biológica, y una compresión de la diversidad de culturas y los métodos para estudiarlas. El trabajo final de mi grupo fue sobre religiosidad popular en el sector de Madre Vieja en San Cristóbal. Fruto de ese curso varias veces en mi vida ponderé dedicarme profesionalmente a la antropología cultural y encontré una suerte de solución profundizando en las perspectivas antropológicas desde la filosofía, la historia y la teología. Al final, mi tesis de licenciatura, que dirigió Emilio Brito sj, y que centró mi interés en Lévinas, fue precisamente sobre la cuestión de la naturaleza de lo humano.
Pero mi profesor de Antropología era mucho más que un excelente docente, era un modelo de sacerdote y eso lo descubrimos bien pronto, sin previa invitación varios compañeros terminamos acudiendo a misa a los Guandules y Guachupita una o dos veces por mes. El esfuerzo de los redentoristas, con Felo Torres como líder, de crear una comunidad de formación en un barrio, tuvo a los jesuitas y su experiencia como paradigma. Fueron tiempos hermosos, intensos, donde la espiritualidad de vida que nos enseñaron los obispos latinoamericanos en Medellín se respiraba en la cotidianidad. Y Jorge Cela era profeta y guía para casi todos.
La red de amigos de Jorge me luce casi infinita y se ha hecho evidente con tantas fotos y expresiones de afecto en las redes sociales, incluso de algunos y algunas que ni imaginaba que lo conocían. La última vez que lo vi fue en Manresa Altagracia, hace poco más de un año, en un encuentro con jesuitas de toda la región donde me pidieron compartir mi experiencia como educador en la PUCMM. Y como cada año nos llegó a muchos su carta de navidad al final del año pasado, la última que nos escribió incluía este párrafo.
“Pienso que es nuestra manera de hacer que cada día sea Navidad, porque cada día nace la esperanza que nos ilumina como una gran estrella y nos permite soñar el futuro. Y entonces me acuerdo de todos ustedes, que en distintos momentos y lugares iluminaron mi vida con su amistad y me confirmaron en la convicción que es posible un mundo mejor, y doy gracias por haberlos conocido, porque sean parte de mi historia”
Conocer a Jorge, que fuera parte de mi historia, es un regalo de Dios en mi existencia. Al igual que Rafael Torres, siempre digo a tantos amigos sacerdotes y seminaristas que han sido mis alumnos, que escojan modelos de ser sacerdotes que sirvan a los más pobres, como Jorge y Felo, que no queden atrapados en un liturgismo cerrado, que huelan más a oveja y menos a incienso, que escuchen y consuelen más, y prediquen y dogmaticen menos, porque el presbiterado no es título nobiliario, sino llamado a servir a los que sufren, a los pobres, a los pecadores, a mostrar en sus vidas y acciones la misericordia de Dios. Jorge Cela fue un excelente modelo de lo que debe ser un sacerdote.
Concluyo con otra referencia de una de sus cartas de Navidad que recoge su modo de ser jesuita y sacerdote. “Cuentan de San Francisco de Asís que un día invitó a un compañero a salir a predicar, y caminaron por todo el pueblo y regresaron al convento. El compañero le preguntó: Pero ¿no íbamos a predicar? A lo que San Francisco respondió: ¿Y qué hemos estado haciendo? Quizá por eso el Papa quiso tomar su nombre. Porque estima hablar con signos de vida más que con palabras, como Jesús. Y a mí estos años muchos compañeros me han hablado con su trabajo y dedicación.”