Lo mismo que ocurre con Dios, que muchos toman su nombre en vano, pasa con la palabra revolución. De hecho a lo largo de la historia de la humanidad se han cometido grandes genocidios en el nombre de Dios.
Del mismo modo que a nombre de la revolución se han cometido actos de barbarie y crímenes imperdonables.
De modo que no todo el que se llame cristiano lo es, ni todo el que se dice revolucionario puede hacerle honor a esa palabra.
Para ser revolucionario no basta ser un rebelde, un resentido ni un marginado que se levanta contra el gobierno.
Y menos aún si hace uso de la violencia en contra de personas inocentes o si asalta bancos para beneficio propio. Que quede claro, un verdadero revolucionario jamás sería un bandido, ni viceversa.
Desde el origen mismo de la República, nuestra historia está llena de casos de personajes que en nombre de la Patria han cometido todo tipo de desafueros.
Pedro Santana mandó a fusilar a Sánchez y desterró a Duarte, acusándolos de traidores a la patria, de cuya soberanía suponía que él y solo él era garante. Ni hablar de Trujillo. El peor de todos los tiranos se hizo llamar “Padre de la Patria Nueva”, mientras masacraba al pueblo.
En ambos casos, para no citar a Balaguer y otros presidentes mediocres, a ninguno le ha faltado una caterva de lambones que a fuerza de propaganda pretenden hacer creer que es él y solo él quien puede guiar correctamente los destinos de la nación, y todo aquel que se le oponga es un traidor, un enemigo de la Patria.
En el caso específico del exteniente del Ejército John Percival Matos, hijo del general retirado Rafael Percival Peña, aunque su padre insiste en que era un revolucionario, hay que decir que no era más que un delincuente común, a lo sumo un terrorista, pero jamás un revolucionario.
Lo mismo aplica para Brayan y los otros integrantes de la banda a la cual se le atribuyen al menos tres asaltos tan espectaculares como sangrientos.
Un revolucionario jamás va a entrar a una plaza comercial disparando indiscriminadamente, ni va a matar a mansalva a un infeliz guardián. Mucho menos va a tomar el botín robado para provecho propio.
Algo así jamás lo hicieron figuras como el Che Guevara, Augusto César Sandino, Caamaño, Fidel, Hugo Chávez, Farabundo Martí.
Todo lo contrario, el verdadero revolucionario sacrifica hasta su vida si es necesario por su pueblo y por la causa que defiende. Duarte es el ejemplo más elevado de esto que digo.
Por más indignados que estemos por los fraudes electorales, por la corrupción, por los sobornos de Odebrecht, por la impunidad, los dominicanos, y en especial los más jóvenes, no debemos dejarnos confundir: Percival Matos y Brayan eran dos vulgares delincuentes, jamás revolucionarios.
Un revolucionario se caracteriza por su bondad, mientras que un bandido o terrorista se destaca por su crueldad.
En Twitter: @germanmarte4