Algunas personas han tomado la decisión de servir a Jesucristo motivados por el deseo de llevar una vida correcta, estar en paz con su Creador y con ellos mismo.
Hacen bien. No hay ninguna otra relación que te llene de plenitud, seguridad y esperanza como que la que construyes con Dios.
Pero algunos han caído en el error de añadir a Jesús a sus vidas como un elemento más. Y no debe ser así porque Jesucristo no es un complemento, sino la esencia. Él es la vida (Juan 14:6).
La palabra esencia es definida como un “conjunto de características permanentes e invariables que determinan a un ser o una cosa y sin las cuales no sería lo que es”. “Es la parte o característica fundamental o más importante de algo”.
Mientras que, la “añadidura” indica que la acción del verbo al que acompaña ocurre además de otra ya expresada.
Por eso una persona que añade a Jesús sigue siendo igual. No cambia, aunque adopte algunos compromisos.
En tanto, aquel que asume al hijo de Dios como “esencia” viene a ser transformado (2 Corintios 5:17).
Así vivió Pablo, el apóstol más influyente del cristianismo, quien publicó en Gálatas 2:20-21: “Ahora ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y mientras vivo en este cuerpo, vivo por fe en el Hijo de Dios, quien me amó y entregó su vida para salvarme”.
En otra carta escrita entre los años 54 y 61 d. C, Pablo reafirmó esa postura expresando: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir en él es ganancia”, Filipenses 1:21. Por eso no podía elegir entre morir para conocer a Jesús cara a cara, o seguir viviendo para predicar su evangelio.
De modo que al igual que él, aquel que tiene a Jesús como la parte fundamental de su vida (esencia) hace que todas sus acciones y decisiones dependan de la voluntad de Dios y no de sus deseos o necesidades. Pero el que lo ha añadido no espera su dirección, sino que actúa y luego analiza.
Te invito hoy a dejar que Dios sea tu esencia.