Jekyll y Hyde en el país de Duarte

Jekyll y Hyde en el país de Duarte

Jekyll y Hyde en el país de Duarte

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. En estos días grises y penumbrosos en que aguaceros de singular intensidad se apropian del horizonte de este hermoso país que nos ha acogido, he pensado insistentemente en dos personajes creados por el novelista inglés Robert Stevenson, ¿en realidad era uno solo? y en el título con el que este lúcido escritor inglés bautizó su historia: “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”.

El doctor Jekyll, nos expone el texto, era un meritorio científico, una persona condescendiente y de cálidos sentimientos, apegada siempre a los grandes fines. No obstante, le preocupaba profundamente la conducta socialmente destructiva.

En su infinita curiosidad, elabora una pócima que, según recuerdo, perseguía indagar y determinar el porqué de la presencia del mal en la condición humana. Se arriesga a experimentar consigo mismo y, entonces, sufre una grave metamorfosis. Se transforma física y espiritualmente en un personaje contrahecho al extremo de salir a las calles a agredir y asesinar.

La lección de esta novela fascinante es que, en la medida en que el amable doctor Jekyll insiste en profundizar en las honduras de la maldad, advierte que la personalidad del monstruoso señor Hyde termina por apoderarse de él.

Esta historia me viene a la mente cuando leo, escucho y observo el diario acontecer de la República Dominicana y las personas y temas que participan en un debate que parece no cesar nunca. Hay quienes recuerdan de forma persistente el país con el que soñaban nuestros grandes hombres y mujeres, encabezados por Juan Pablo Duarte, Luperón y María Trinidad Sánchez.

Detrás se destacan aquellos para los cuales la Patria no es más que un accidente del cual se debe extraer todo el provecho posible.

Para esta clase de personas, la virtud y la decencia son valores desechables o circunstanciales. La perversidad crece y se desarrolla en ellos como una segunda, perturbadora y oscura naturaleza.

La maldad, la actitud antisocial, son como un cáncer que se desarrolla hasta el infinito. Despacio, sin tregua, termina por apoderarse de todos los órganos vitales hasta provocar la muerte.

El país ha estado en los límites de esta situación hasta que se le enfrentó en los comicios de agosto del 2020.

Entre los que incursionan en la vida pública están aquellos que se apegan al ideal de la recuperación, de la normalidad, del progreso, del desarrollo, de la recuperación de nuestra dignidad, de los propósitos nacionales y una clara delimitación con las inconductas. Al frente de ellos se encuentra el presidente Abinader.

Para quienes así piensan y sienten es preciso domeñar la presencia del virus. Es imprescindible impulsar nuestras capacidades a fin de alcanzar niveles de progreso y desarrollo que den acceso a la mayoría de nuestros ciudadanos a una forma de vida civilizada.

Es fundamental el estímulo y la creación de empleos, y que el Estado opere como catalizador de las energías más positivas y edificantes de la sociedad.

De otra parte, está ese amplio segmento de individuos y organizaciones que viven al acecho para utilizar la más elemental coyuntura a fin de obtener provechos y favores en desmedro del país y de los sectores más desposeídos del conglomerado social.

En este contexto, es preciso situarse del lado de la serenidad, del altruismo, de los grandes propósitos, de la Patria que soñó Duarte, de la unidad nacional encaminada a enfrentar un estado de cosas sencillamente intolerable.

Es preciso contener a quienes personifican al señor Hyde y cerrar filas con quienes han demostrado, en los hechos, que aman a su Patria y están dispuestos a sacrificarse y trabajar sin tregua por hacerla grande, orgullosa, digna, libre, independiente, soberana.



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