Una de las empresas en las que laboré por varios años tenía por costumbre, antes de asignarnos un vehículo, hacernos tomar un entrenamiento en manejo defensivo por ocho horas. Entre los temas del curso estaba la revisión mecánica, la seguridad del conductor y de los pasajeros, y muy particularmente el uso del cinturón de seguridad.
Uno de los videos del curso, presentaba a un conductor que se trasladaría de una ciudad a otra, llevando a su familia y unos jarrones chinos- muy finos- en la parte trasera. Con los jarrones, tomó tiempo suficiente para protegerlos: los envolvió con espuma de goma, colchas, cinta adhesiva, cartones protectores en los laterales…etc., pero los niños, sin cinturón de seguridad, fueron todo el trayecto jugando animadamente en el asiento de atrás.
¿A quién se estaba cuidando más?, ¿a los hijos o a los jarrones?
Tengo muy fresco, a pesar de los años, la costumbre de un compañero de mi escuela que solía esperar descuidos del profesor para sacar “chivos” en los exámenes. En esos días de adolescencia, ese tipo de acciones me parecían emocionantes escenas de una película de suspenso o de indios y vaqueros. Pasó el tiempo y al ver que Juan (nombre cambiado para esta historia) aparecía promocionándose como candidato político en una gran valla publicitaria, no me pareció justo que la gente votara por él. Salió electo.
Años más tarde, varios acontecimientos de carácter personal empañaron su vida pública. Las redes aún están llenas de videos, compareciendo en los programas de televisión, ofreciendo declaraciones que pocos creen.
Me pregunté “quién no corrigió a tiempo?” ¿A quién se le olvidó tratarlo desde niño como a un jarrón chino?
Somos agudos al reclamar por un mal servicio, para criticar la mala práctica de un médico o la desvergüenza de algunos políticos, pensamos incluso en sistemas de justicia más severos y más eficientes, pero en nuestros hogares, teniendo la autoridad para corregir lo que no va bien, no la ejercemos. Vemos en nuestros hijos actitudes negativas que nos parecen “menores” y las pasamos por alto. Con el tiempo, esas actitudes y reacciones nos dan en la cara, convertidas en monstruos difíciles de manejar y solventar.
El autor es Consultor de Servicios y Administración Pública.