Iván García: “Le solicito a Dios que me permita morir en actividad”

Iván García: “Le solicito a Dios que me permita morir en actividad”

Iván García: “Le solicito a Dios que me permita morir en actividad”

Santo Domingo.-Con la firme convicción de que no conoce la palabra miedo, pero si un sonido vago del pavor que se siente antes de salir a escena, el maestro del teatro Iván García Guerra relata algunos pasaje de su vida y su trabajo, ahora cuando ya se acerca a sus sesenta años trabajando teatro.

Hoy, más que quejarse, el actor le echa vida al teatro y sigue subiendo a las tablas cual si fuera un jabalí, aquel animal que atraviesa los campos y va abriendo camino para llegar a su destino y solo ataca si le hieren o se siente amenazado.

¿Cómo surge su vocación por el teatro y cómo comienza su actividad teatral?

Desde muy pequeño, en mi natal San Pedro de Macorís tuve coqueteos con el misticismo y el arte.

Luego, a partir de los seis años, llegado a Ciudad Trujillo, asistí a la escuela de pintura de Bellas Artes y más tarde estudié bajo la guía del profesor Leroux, un violista de la Sinfónica, Fui miembro durante largo tiempo de la Schola Cantorum del Exconvento de los Dominicos dirigido por el hoy sacerdote Rafael Bello Peguero.

En 1955 llegó a mi vida un actor español refugiado, Julio Francés. vecino de mi casa, en la calle 19 de Marzo, contactó a los muchachos del barrio para un proyecto teatral solicitado por la Sociedad Altagraciana de Jesús Obrero. Se trataba de “El Gran Teatro del Mundo” de Pedro Calderón de laBarca.

Representé a “El pobre”, y de mi actuación escribió el actor y crítico Lamela Geler: “quien así comienza llegará muy lejos”… ¡Yo me lo creí… De aquel grupo sólo siguió haciendo teatro junto a mí, Rafael Vásquez

¿Cuál es el trabajo que hoy día Iván García siente que no ha realizado?

He aprovechado todas mis vertientes en la actuación, la dramaturgia y la dirección. Le solicito a Dios que me permita morir en plena actividad.

¿Qué fuentes, nacionales o extranjeras, en materia de lecturas piensa que de alguna manera lo influyeron, o marcaron un camino hacia su forma de trabajo?

En todo momento fui un impulsivo lector de todo tipo de literatura, y especialmente de textos teatrales. Leía, organizada y exhaustivamente, las 37 tragedias griegas de Esquilo, Sófocles, Eurípides; el teatro romano y de la Edad Media; las obras completas de Calderón, Lope de Vega, Shakespeare, Corneille, Racine, Moliere… etcétera, hasta llegar a los clásicos del siglo XX.

Todos ellos pusieron su parte en la consolidación de un estilo propio.

En este punto de su trayectoria, ¿qué puede decir de su trabajo actoral, qué lo caracteriza y cuáles son sus principales trucos?

La palabra “truco” me produce urticaria, o rasquiña, para decirlo en el lenguaje local.

En el teatro, como en el resto de mi larga y amplia vida, rehúyo, evito, desprecio las falsedades. En mis encarnaciones trabajo autenticando las ideas y emociones de los personajes, procuro hacer míos sus virtudes y defectos.

Por supuesto, y sobre todo al principio, esto me producía laceraciones psicológicas que dejaban cicatrices y que solamente lograban desaparecer con el estudio de un nuevo personaje.

Poco a poco he ido superando esa fragilidad y logrando mantener dentro del escenario las características ajenas a mi modo de ser.

¿Qué miedos y qué deseos tiene hoy como actor teatral frente a su labor?

Soy poco sensible al miedo en todos los aspectos de mi existencia; pero aún así no puedo evitar que rumie un sordo pavor antes de salir a escena, cada una de las veces que lo hago durante mis largos años teatrales. Tan pronto enfrento el público éste desaparece.

¿Qué es lo mejor que tiene el teatro?

Para mí, la amplia posibilidad de revelar ideas a través de las emociones, como una manera de aportar soluciones, de ayudar a la construcción de un mundo mejor.

¿Qué tanto ha marcado su vida el teatro?

No creo que pueda expresarlo, a menos que no sea mediante una abstracción: “completamente”. La patria, mi familia y el teatro son los tres ejes de mis días, horas, minutos, segundos.

¿En qué ha cambiado el teatro mirándolo diez años atrás?

En general se ha producido una desnaturalización medular del teatro, producto de una desmedida ambición de atarugar cambios en los más jóvenes, y de un paralelo intento desenfrenado de “popularizarlo” (sinónimo de abaratarlo) por parte de los comerciantes de otros medios.

Las salas son cada vez más caras, incosteables, diría yo, y los que intentamos hacer un teatro responsable no podemos competir con las posibilidades económicas de los mercaderes que son apoyados por la clase pudiente.

¿Se forman bien los jóvenes actores de hoy día?

El talento sabe superar las deficiencias, y gracias a esto tenemos valiosísimos jóvenes actores y a actrices; pero en general hay falta de educación, mucha improvisación, y ausencia de compromiso.



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