Después de una operación militar de cincuenta días que dejó dos mil cien muertos palestinos, once mil heridos, una destrucción material que según expertos tardará veinte años en repararse, y sesenta y siete jóvenes soldados israelííes muertos; el gobierno sionista de Israel sigue al ataque.
Cesaron los bombardeos masivos sobre la franja de Gaza, pero sigue la opresión en esa zona convertida, como lo dice el hermano Ubi Rivas en un reciente artículo aparecido en el matutino “Hoy”, en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.
Y sobre esto, cuando las ruinas dejadas por los bombardeos aún están humeantes y los cadáveres de las víctimas de la masacre aún no acaban de descomponerse, el Estado sionista acaba de entrarle a saco a Cisjordania, y anexarse 400 hectáreas, en un auténtico atraco a mano armada, cuya finalidad, según se ha asegurado, es construir una nueva ciudad en territorio ajeno.
¡Pero qué mundo es este, señor mío! Occidente, que pega el grito al cielo cuando Crimea se adhiere a Rusia, se queda cayado ante este despojo violento, y apenas un vocero del Departamento de Estado habla para pedirle muy suavemente a Israel que reconsidere su decisión.
Cuando se sabe perfectamente que Israel no se va a detener por eso y que esa ha sido siempre la tradición en la relación entre Washington y Tel Aviv. Israel agrede y Estados Unidos dice que desaprueba, pero las agresiones y las atrocidades siguen su curso arrollador, mientras el pueblo palestino paga los vidrios rotos.
Esta anexión se produce apenas cinco días después del anuncio del cese del fuego en Gaza y tres días después de que el presidente palestino Mahmud Abbas dijera que el propio premier israelí, Benjamín Netanyahu, le comunicara que estaba dispuesto a reconocer un Estado palestino soberano sobre las fronteras anteriores a las ocupaciones de 1967, esto es, sobre Cisjordania, Gaza y la parte oriental de Jerusalén. Israel lo desmintió en el acto y como para que se despejaran las dudas emprendió esta nueva ocupación a punta de fusil.
Lo cierto es que la conquista de territorios árabes ha sido política constante de Israel, para construir viviendas a colonos judíos que se asientan en ellos mientras los palestinos pasan a vivir como nómadas en su propia patria.
En esta ocasión Israel no podrá alegar que desde Cisjordania le lanzó misiles ni le secuestró tres soldados. Simplemente estamos ante un acto de típico corte anexionista, que deja ver a las claras los fines que el sionismo persigue.
El negociador palestino Saeb Erekat lo declaró con franqueza para que aquel que tenga entendimiento entienda. Lo que Israel ha perseguido y persigue como Estado, dijo Erekat, es acabar con la presencia palestina en esa zona. De ahí en adelante, hay que agregar, el mundo decidirá si lo permite.