Felicito cálidamente a mi amigo el Presidente Mejía por la conclusión de su demanda por difamación contra el senador Wilton Guerrero.
El miércoles este se disculpó con don Hipólito ante la Suprema Corte al admitir que mintió al acusarlo —días antes de las elecciones del 2012— de haber viajado a México en un avión del narcotraficante Chapo Guzmán.
El caso, sin embargo, quedó cojo. Tan corto en su excusa como largueza tuvo su injuriosa mentira, Wilton debió estar acompañado por el periodista demandado que publicó su difamación.
Esa publicación violó todas las mejores normas periodísticas, desvergonzadamente, sin pedir ni buscar algún fundamento ni preguntar al propio Mejía su opinión.
Publicar la mentira, más que decirla, constituyó el hecho difamatorio. Si el senador hubiese voceado desgañitado en alguna loma deshabitada de Peravia, nada pasa. Wilton Guerrero queda como difamador; el periodista librado por nuestra mala justicia.
Pero tras seis años de tortol judicial, ¿quién repara el daño y perjuicio, político y moral, infligido impunemente por el irresponsable periodista a don Hipólito Mejía?