A prima facie, el feminicidio es un concepto unívoco. Se trata de un delito de sangre, un homicidio, pero no quiere llamarse así; es un conyugicidio, pero el término no es preferible, porque no representa la mayoría de las veces, la vida familiar; es un uxoricidio, ampliándose el sentido que, sin justificar la salida del hogar y su plena entrada, con igualdad de derechos en la vida política y social, el hombre ha tomado la justicia en sus manos, creando claramente un “conflicto” entre la moral y la ley.
El feminicidio –debemos preferir el término `uxoricidio´–, no es concepto jurídico; son crímenes de honoris causa (vergüenza masculina de hacer el ridículo). No está reconocido en el código penal vigente, para empezar.
Por lo tanto, no representa una criminalidad legal para quien lo cometa, que se acompaña de las lesiones y otras mutilaciones. A diferencia de otros tipos de homicidios, no se relaciona a la crueldad que supone la raíz de la mayoría de crímenes, cuyo signo inequívoco es la sangre.
Pero se parece mucho al parricidio, al matricidio, fratricidio, filicidio, que pierde todo carácter delictuoso (animus necandi), igualmente en el ámbito sexual, propiamente dicho, porque, en realidad, supone una deriva de la familia.
Este es el primer punto de vista de la investigación del feminicidio. No hay que esperar que muera nadie. Las estadísticas pueden decírnoslo: son crímenes desconocidos, que nuestro derecho penal admite, porque el victimario ha decidido ponerle fin a su vida.
¿Por qué el hombre que mata a la mujer, se suicida? Porque no puede dar la cara ante la sociedad. Al revés, es diferente: la mujer puede probar el maltrato psicológico, físico, sexual, que ha sufrido. Lo cual significa que podemos prevenirlo.
Según el “Moechum in adulterio de prehensum necato”, al cogido en adulterio, matésele, decía con terrible laconismo la Ley de las XII Tablas; pero, en la “Ley Julia, de adulteris”, se quitaba a los maridos la facultad de matar a la adúltera. En el 90 %, los casos de feminicidios actuales, es un problema de potestad marital, o reducido a la concepción familiar, en la que la mujer no goza de tan amplios poderes, concedidos por la ley.
Está más allá del adulterio, sin importar quien lo cometa, aunque ocurre menos de parte de las mujeres, las estadísticas de feminicidios son las más relativas. Sus cifras son fugitivas, sobrias, vagas, pues no explican cuáles son las verdaderas causas de la vida interior de ese grupo humano.
La investigación de los feminicidios no pertenece a la investigación de la criminalidad general, común, sangrienta. La unidad elemental del feminicidio es la existencia del marido cuyo carácter representa un caso de locura moral, un anormal pasivo (complejo de inferioridad), o la población de psicópatas o sociópatas que constituyen el 5 % de la población mundial de los hombres, según datos de la APA.
Los feminicidios no tienen geografía, ni clase social. Después de miles de años de mezcla, es un concepto falso, considerando quién es pobre o quien es rico. Hay ricos que son marginales, y hasta analfabetos sociales.
Y ahora de nuevo sobreviene la pregunta, ¿cómo investigar el feminicidio? El medio idóneo para investigar la agresión fatal entre las parejas es la psicología forense, por la pericia que realiza y porque puede esclarecer el rol del hombre y la mujer, presentando pruebas psicológicas que contribuyen a los propósitos judiciales.