Añoro la fauna citadina común cuando mi niñez hace medio siglo. Conocí insectos y reptiles que mis nietos sólo ven en televisión, como las cigarras, lagartos prietos escamosos de nariz rojísima, grillos, libélulas, mariposas, arañas, ciempiés y otros.
El sombreado Gascue era frecuentemente fumigado con nubes de DDT que todos aspirábamos sin idea del daño. Pese a las fumigaciones, la vida parecía brotar por cualquier resquicio. Sin embargo, no recuerdo nunca haber visto ni oído una tuteca. Había abundancia de salamandras, “geckos” en inglés.
Creo que eran “Hemidactylus mabouia” o “Hemidactylus angulatus”, originarias de África, pero comunes en las Antillas.
La tuteca emite un chasquido repetido, durísimo y sorprendente y es casi blanca, a diferencia de las salamanquejas mudas o de siseos inaudibles. Sospecho que esta especie invasiva es la “Hemidactylus frenatus” y vino con algún cargamento de mercancía de Suramérica. Ha ido sustituyendo a nuestras salamanquejas, al apropiarse de su hábitat dentro de las casas.
Hay que estudiar su impacto pues, así como llegaron estas tutecas, podrían entrar bichos dañinos.