En un hecho sin precedente en la historia de los Estados Unidos, el pasado miércoles 6 de enero, numerosos enardecidos manifestantes irrumpieron violentamente al interior del Capitolio de Washington, incitados por un discurso del presidente Trump, en momento en que la cámara de senadores efectuaba una sesión para la certificación de los resultados electorales del pasado 3 de noviembre del pasado año, en que fue elegido a la presidencia el candidato demócrata Joe Biden.
Muchos de los manifestantes, activistas del “supremacismo blanco”, incursionaron agresivamente por pasillos, salas de sesiones del congreso y oficinas de congresistas, para lo que ahuyentaron y sobrepasaron la seguridad asignada al solemne recinto.
Este hecho difícil de imaginar previamente, tuvo por propósito impedir un proceso previo al acto de toma de posesión del nuevo presidente, consignado en la Constitución de los Estados Unidos, impedir el acceso a la presidencia de Joe Biden y propiciar el mantenimiento en el poder de Donald Trump, quien aún a estas alturas, contraviniendo las instancias comiciales y de justicia de los Estados Unidos, mantiene, sin poder probarlo, que fue víctima de un gran fraude electoral.
Como se ve, se trataba de un conjunto de pasos que inducen a pensar en una estrategia de autogolpe de Estado. Estrategia fallida, entre otras cosas, porque el vicepresidente Mike Pence no se solidarizó con ella.
El hecho más arriba señalado confirma lo planteado por nosotros en un artículo aparecido en este diario EL DÍA, titulado “Elecciones EU, los perdedores” (10 de noviembre 2020), en que referimos lo siguiente: “Los días venideros harán al pueblo estadounidense testigo y participante de grandes confrontaciones”.
El presidente Trump, en su nefasta pericia política ha logrado comprometer en su política de odio, racismo, localismo e intolerancia fanática a una activa proporción de la población de su país a seguirle, no importando dejar de lado los estilos y valores de la democracia.
Las perspectivas políticas de los Estados unidos las vemos muy complejas puesto que Trump, con sus maniobras, conseguirá que una amplia proporción de la población que le sigue vea en el gobierno de Biden un gobierno ilegítimo, al que se le debe oponer resistencia.
El daño ocasionado por la tenaz resistencia del presidente Trump y sus seguidores, a los resultados electorales, tendrá más consecuencias para el hasta ahora potente modelo político estadounidense, auto-considerado como inconmovible paladín del orden y respeto a las instituciones.
El congresista demócrata, Adriano Espaillat, ha dicho que el presidente Trump es el responsable del “vandalismo perpetrado” en el Capitolio.
Esta consideración cierta a los ojos de una amplia mayoría, permite que hagamos la pregunta: ¿Será el presidente Trump procesado por este y otros actos delictivos en que ha incurrido?