En la generalidad de las veces es conveniente ver a los falsos políticos como a “sabios”, y a los intelectuales reales como a “filósofos”.
Existe además, entre ellos, una relación simbiótica, ya que el uno no puede vivir sin el otro, pero no según la apariencia, sino en base a la naturaleza del intelectual y del político.
Lo malo es que a quienes llamamos “políticos” son los que ocupan funciones de dirección en las instituciones públicas, y los intelectuales, a quienes se utilizan para que los ayuden en estas funciones.
Sentimos, finalmente, que en este punto nuestros cálculos están perdidos, pues ya nadie sabe bien cuál de estas dos clases conforma la elite que incide en la política, ya que se han convertido en “hombres sin lugar”.
Tales puntos de vista se han generalizado en esta cuestión, y quien ocupa una función pública, es por tener el discurso del sabio, y a quien ponemos a ayudar es al que aprende el discurso del filósofo.
Los políticos -los otros- se consideran a sí mismos por encima de los demás, como los amos y dueños del mundo; su pretensión al poder no ha hecho más que desfigurar la historia y cambiar la política.
Antes esta política la ejercían los intelectuales liberales y tenía que ver con las ideologías, la revolución social y la transformación del mundo a favor de la colectividad; pero la política de hoy está en manos de una clase de animales excitados que se alimenta sólo de dinero y que se vale de la prensa diaria para revelar el enorme poder que tiene.
Nada más equivocado en nuestros funcionarios, dirigentes políticos, y el político jefe, que es la figura típica en Occidente del demagogo, pensar que la sociedad debe girar alrededor de sus intereses.
Los políticos que se autodescriben como intelectuales en realidad son dirigentes empresariales, que actúan como liberales porque el poder los ha transformado hasta convertirlos en seres peligrosos, y con un nuevo contenido moral: ser jueces de sus intereses.
Pero el intelectual verdadero también ha pretendido el poder, y hubo una época en que era una pieza fundamental de la política que enfrenta a los hombres en el devenir histórico.
La cuestión es que ahora nadie se pregunta qué es mejor si ser un político o ser un hombre de saber, o por cuál camino puede ser el hombre un digno sujeto de poder.
Pero lo cierto es que la carrera que llevan a cabo los científicos y los artistas continúa siendo una entre las principales fuentes para la profesionalidad política.
¿Y que de los intelectuales?, ¿es desastrosa su realidad para sus adentros o todos han sido comprados y están a gusto con los políticos partidistas? Nuestros librepensadores se han convertidos en hombres nacidos para obedecer, han abandonado la lucha, y ya los hay que son intelectuales políticos, mecenas, sin rencor ni rabia, eso sí, “cazadores de cargos”, manteniéndose fuera de los partidos políticos.
El resto de los intelectuales se convierten en periodistas.