Una idea horrorosa sobre el escándalo de Odebrecht es creer que se trata de un crimen sin víctimas. Robarle al Estado ha sido tan usual y tan impunemente flagrante, que con el tiempo como que hemos olvidado que ese dinero ciertamente tiene dueño y dolientes.
Sin calcular el valor de las sobrevaluaciones, sólo contando los US$92 millones de sobornos confesados, o sea casi cuatro mil millones de pesos, eso habría alcanzado para ¿cuántas escuelas?, ¿cuántos hospitales?, ¿cuántos créditos a industriales, agricultores o comerciantes?,
¿cuántas becas para estudiantes? Aparte de lo que se perdió o dejó de hacer, las víctimas de los criminales envueltos en el caso han sufrido también otras consecuencias peores: el envilecimiento de la política partidista que atrabanca las ruedas de la movilidad social, el creciente desinterés de la gente más seria u honesta por la política o las cuestiones cívicas, el predominio de la inmoralidad en otros aspectos de la vida pública.
Botón de muestra: un preso pidió a su familia no visitarlo, ¡para que le lleven “otras”!