La música es tan primitiva que pudo aparecer anterior al lenguaje. Defiende un músico y catedrático de Oxford (Jeremy Montaga). Dice que la música es un sonido que transmite emoción. La música transmite además de emoción, información; por tanto, tiene mucho poder. Alegra o entristece, calma o desespera, beneficia o perjudica, apasiona o enternece.
Los sonidos musicales estimulan diferentes áreas cerebrales liberando dopamina (neurotransmisor asociado a la producción de placer). Música de ritmos lentos y agradables pueden calmar, facilitan el sueño, reduce la ansiedad reportando sensación de paz y tranquilidad; mientras los ritmos rápidos, aumentan la tensión arterial y las frecuencias cardíaca y respiratoria.
Al escuchar música se activan las áreas del cerebro encargadas de la empatía; por lo que, somos capaces de sentir lo que siente el músico o cantante y reflejar sus acciones como si fueran nuestras. Y ahí está el peligro de la música acompañada de letras inadecuadas, irrespetuosas, mordaces, procaces, sexualizada.
La música ocupa un lugar muy importante en todas las etapas de la vida, y para el adolescente es vital, pues está construyendo su identidad. El tipo de música y letras que escuche, influirá en su estado anímico, su identidad personal y en su interacción social. De ahí que, afecta su desarrollo cognitivo.
El consumo de música con letras inadecuadas, puede provocar en la persona adolescente cierta confusión en cuanto a los valores morales y espirituales, reglas familiares y las normas sociales. Por ende, es fundamental que los padres conozcan sobre la música que sus hijos escuchan.