Si decidiera pasar balance y contar las veces que he escrito sobre ser agradecidos, creo que no lograría contabilizarlas, pues he convertido la gratitud en una filosofía de vida y, por ende, todo mi entorno recibe esa descarga de manera constante y de forma indiscriminada.

Inicio y termino mi día agradeciendo y lo hago de modo veraz, con una mirada de ternura y alegría, con acciones y palabras sencillas, porque estoy segura de que todo lo que nos pasa tiene una razón de ser, aunque muchas veces no logremos entenderlo al instante.

No recuerdo exactamente el instante en que decidí no dejarme vencer por las adversidades. Creo que el asunto de agradecer por todo viene gestándose desde muy pequeña y se va fortaleciendo en cada paso que doy.

Como todos, he recibido duros golpes, vivido grandes tristezas y pérdidas y sufrido muchas decepciones… pero he entendido que todo eso forma parte del coctel de la vida. Sin ese tipo de lluvias no pudiéramos florecer y fortalecer nuestras raíces.

Cuando estás convencido de esto, ves las cosas de una manera diferente, agradeciendo sin hipocresías, con la mayor sinceridad que corazón alguno pueda tener. Y es que no hay otra manera de hacerlo.

Aunque no ha sido fácil, he aprendido a agradecer los desafíos por los logros que estos me han empujado a obtener; los momentos de adversidad, porque me han ayudado a valorar los de gran alegría y felicidad; las ausencias, pues me han permitido darles el verdadero valor a la soledad y la compañía; y el trabajo duro y agotador, porque me acercan a la meta que me he propuesto.

No soy perfecta, y puedo ser insufrible para algunos por mi manía de decir lo que pienso -la mayoría de las veces sin filtro, claro y llano- pero también me he prendado de mística de “ser amable de manera indiscriminada” y cada día trato de ejercitarme en la verdad, cordialidad y la sinceridad, viviendo en gratitud a cada instante.