Es una afrenta vil desacreditar a la República Dominicana con acusaciones falaces de racismo o esclavismo, usualmente por entidades cuyo propósito es presionar políticamente con algún fin espurio que no pueden obtener por medios legítimos o transparentes.

Cuando en Estados Unidos se masacraban en su guerra civil en 1863, ya los dominicanos habíamos tenido presidentes de color, hijos de exesclavas, y patricios como Sánchez o los hermanos Puello.

Desde la fundación misma de la república, y antes por efecto de la miseria, del lado español de la isla de Santo Domingo no había esclavitud ni discriminación racial como política de Estado, como sí existió en Estados Unidos y Haití.

El economista francés Bastiat, que vivió en la primera mitad del siglo XIX, decía que los dos defectos de la sociedad estadounidense que podrían arruinarla, eran el esclavismo o conflictos raciales y las tarifas aduanales proteccionistas en perjuicio de otras naciones. Dos siglos después sus proféticas palabras mantienen vigencia.

La injerencia gringa motivada por sus propias inequidades que condicionan su política partidista, obliga a estudiar nuestra historia para nunca creer las infamias que nos imputan, aunque debamos ocuparnos con dignidad y amor propio de ir perfeccionando el imperio de la ley, muchísimas injusticias sociales y los problemas propios de sociedades en desarrollo.