Hace dieciséis años una de las actividades llevadas a cabo en la celebración de la Feria del Libro fue la exposición de una ponencia sobre futurología, a cargo del ingeniero Pedro Delgado Malagón.
Me gustó y me impresionó tanto la participación de Pedritín, que me las arreglé para quedarme con una copia de su disertación, copia que he conservado a lo largo de todos estos años y que ahora desempolvo no solo para mi deleite, sino para reconfirmar el acierto de los juicios de su autor.
Sería una osadía de mi parte pretender transmitir en este breve espacio los conceptos planteados aquella noche, pero puedo contar a mis lectores que, en su ponencia, el charlista se ubicó en un escenario imaginario del mundo cincuenta años después, con todas sus consecuencias.
Posteriormente, en un evento social, me encontré con el autor de la ponencia (responsable de más de una noche de insomnio) y le pregunté si, en serio, el creía que eran inevitables los cambios que describió años atrás, a lo que me respondió: “Inevitables, no. Inexorables, sí”.
Tan pronto como pude consulté el diccionario, donde aprendí que lo inevitable puede evitarse, mientras lo inexorable no tiene la mas mínima posibilidad de ser de otro modo.
Inexorablemente, estas reflexiones terminan aquí, pero quién sabe si mañana encuentro una fórmula para evitar lo inevitable.