Pocos presidentes, quizás excepto Jorge Blanco, de pesarosa recordación, comenzaron con tanto apoyo del empresariado, como el presidente Abinader.
Lo respaldan hasta quienes preferían al Penco, relegado al olvido fulminante tras su espumoso encumbramiento.
Desde financiar y conseguir vacunas, desdeñar pequeñeces para apuntalar al gobierno, bajar el volumen a incordios del coro “independiente” (cuyos núcleos financiaron y fueron fundamentales para que Abinader ganara); cansaría enumerar acciones y aportes para el éxito de Luis.
Él mismo, empresario de gran garra y prosperidad, no es ningún extraño a las veleidades del mercado, los vaivenes de los “commodities” y el impacto del Covid en las economías nacionales.
Por eso es tan incomprensible que, ante la mínima presión de los habituales cacoerrolas, despistados o malintencionados, el gobierno reitere amenazas de controles de precios, autorizar importaciones (que no están prohibidas) y arranques populistas dizque para “defender” al pueblo de los empresarios.
¿Los pocos éxitos del gobierno no son precisamente por el empeño patriótico de empresarios? Esta inconsistencia confunde, desencanta y empeora la suerte de los pobres.