José Báez Guerrero
La industria de las medicinas falsificadas al parecer es indetenible. Recientemente vi otra vez que las autoridades anunciaron como un gran logro la detención y sometimiento judicial de una banda dedicada a esa funesta ilegalidad. Lo increíble es que esa delincuencia se concentra alrededor de Moca, donde la reincidencia sugiere continua complicidad de quienes deben combatirla.
Asombra más porque la Asociación de Representantes, Agentes y Productores Farmacéuticos (ARAPF) reúne a relevantes empresarios, pagadores de impuestos y creadores de riqueza y empleo, que cualquiera creería que poseen suficiente influencia para que los gobiernos pongan asunto a esto.
La ARAPF celebró 75 años de fundada y resaltó a cinco empresas que desde 1948 la integran: Roldán, San Luis, J. Gassó, Daniel Espinal y Font Gamundi, todas muy reputadas.
Quizás la mejor manera en que las autoridades pueden celebrar el éxito de esta valiosa industria nacional es protegiendo a los consumidores de medicinas para que sus falsificadores cesen en sus recidivas delincuenciales, flagrantes e impunes, que sabrá Dios cuántas muertes han ocasionado.
Esta protección requiere esfuerzo constante y sostenido, similar al realizado contra contrabandistas de cigarrillos, no redadas y relumbrones mediáticos, que esos sobran.
