Claudio Caamaño Vélez
Cuando uno compra un vehículo te indican: cada diez mil kilómetros llevarlo a mantenimiento. También ocurre, por ejemplo, con las baterías de inversor, que recomiendan cada cierto tiempo revisar el agua y reponer la que falte.
Situación similar ocurre con los chequeos médicos preventivos, los cuales con la edad se recomiendan que sean más periódicos y especializados.
Si esto ocurre con las personas, que sienten y hablan, imaginen lo que debería hacerse con una estructura que no tiene como quejarse si “se siente mal”.
Así mismo, un vehículo, antes de dañarse por completo, da señales: prende sensores, comienza a dar fallos, etc. Las baterías de los inversores cuando tienen baja agua se descargan más rápido. La gente por igual, cuando se enferma, en la mayoría de los casos, presenta distintos síntomas.
Pero las estructuras, por regla general, se mantienen “normales” hasta que de repente pierden su integridad y colapsan, haciendo que el daño acumulado por años se manifieste en pocos segundos, a veces, fracciones de segundo.
Además del peligro de colapso de una obra por falta de mantenimiento, está la reducción de su vida útil.
Una obra que pudiese durar cien años (y más) con el debido mantenimiento, si no se cuida durará solo una pequeña parte de este tiempo, haciendo que la misma pierda rentabilidad, esto sin contar la tragedia que provoca.
Debemos cuidarnos de no politizar este tema, pues no es un asunto de un gobierno u otro, sino que es parte de una nefasta cultura institucional que debemos hacer un esfuerzo por erradicar, para el bien de todos.
