Días atrás, leí con detenimiento una crónica de Pablo García en las que el ministro de Hacienda, con su frío rostro de gestos inexpresivos manifestó que en el pasado año los préstamos del gobierno ascendieron a la suma de 334 mil millones 614 pesos dominicanos. Y que la deuda externa de República Dominicana asciende al 52.2 por ciento del Producto Bruto Interno.
Esas palabras trajeron a mi mente los nombres de una serie de comunicadores que transmiten sus programas a través de las redes sociales. Su lenguaje me luce tan airado como virulento.
Todos coinciden en calificar como “insostenible” el estado de cosas que predomina en el país. Citan hechos y exponen sus pruebas. No evidencian temor alguno ni obvian ningún enfrentamiento.
Todos ellos coinciden en que vivimos un estado de cosas que, sencillamente, no puede seguir. Quizás por eso, en la medida en que las elecciones generales se encuentran cada vez más cercanas, su encono es creciente. Alertan de que nos dirigimos aceleradamente a un abismo sin fondo, si no nos encontramos ya en él.
A diferencia de ellos, el economista Pedro Silverio Álvarez se nos presenta con un lenguaje sereno y apacible, menos emocional. Pero no menos contundente. Su serenidad no se aparta de la esencia y el vigor del de aquellos comunicadores.
Por ejemplo, ante la afirmación de las autoridades de que el país crece de forma ininterrumpida año por año, Silverio cambia los términos. “¿Por qué -dice- el tan mencionado crecimiento no se siente en la mayoría de los hogares dominicanos? ¿Cómo es posible que a pesar de los datos de la disminución del desempleo, una gran mayoría de dominicanos piensa que este es uno de nuestros problemas fundamentales?”
No se termina allí su queja. “¿Cómo es posible que con una economía creciendo por tanto tiempo la mayoría piense que vamos por mal camino? ¿Cómo es posible que con una reducción tan grande de la pobreza, como afirma el gobierno, la mayoría siente que está peor?”
A continuación, da las razones de estos hechos. “Los reportes internacionales sobre corrupción nos colocan entre los países más corruptos del mundo. Y uno de los primeros en América Latina. Sin el funcionamiento apropiado de las instituciones quedamos atrapados en un círculo vicioso.
La historia reciente lo muestra: altas tasas de crecimiento y precario desarrollo institucional y la corrupción es el principal obstáculo entre una cosa y otra”.
La encuesta Gallup, la más confiable de las firmas radicadas en el país, nos brinda un cuadro bastante acabado de la situación en el ámbito político.
En sus últimos resultados señala que todas las salidas, si las elecciones se celebran de la manera correcta, se orientan a un definitivo e indeclinable cambio del equipo gobernante. A nadie le resulta extraña esa conclusión.
Solo que no es en esos términos que reflexiona el equipo oficial que quería extender a las malas su presencia al frente de la cosa pública con la reelección y que se plantea la compra de millones de pesos en asfalto, electrodomésticos y alimentos supuestamente para los desposeídos.
Ese mismo equipo repartió cientos de millones de pesos en compra de votos y ejerció su poder sobre las autoridades de la Junta Central Electoral para viciar un proceso primario en el que ellos resultaron aparentemente gananciosos.
Los hechos e intenciones indican que prácticas de esa naturaleza y aún peores tratarán de reiterarse para burlar la real y verdadera voluntad de la población. De todos y cada uno de nosotros depende que eso ocurra.