Al comparar imágenes de países del Medio Oriente, con otras de países de Occidente: Europa y las Américas, se evidencia claramente una gran diferencia entre los rasgos distintivos de unos y otros.
Las del primero impresionan, o más bien, sobrecogen, por un cierto oscurantismo lúgubre en el estado descuidado de sus estructuras y en sus habitantes con rostros que reflejan una realidad triste conocida.
Las del segundo, Occidente, son claras, vívidas, con una alegría que exhiben una libertad de movimiento y de colores que escenifican un estado de paz, que incitan al espectador a estar en aquellas tierras tan acogedoras. Pero de igual manera, son de diferentes y a la vez incompatibles, las identidades culturales de ambos hemisferios, lo que refleja el origen de su conflicto actual.-
Deseo aclarar que no se debe confundir el Medio Oriente mencionado más arriba, con países como China, Japón, Thailandia, Vietnam, India etc.
Que difieren enormemente de las anteriores y que se mantienen solamente entre sus propios territorios, culturas y economías, la cuales no sólo compiten con Occidente, sino también aun toman muy comúnmente prestado a los bienes de la occidentalización.
Dichos países y otros más con culturas ancestrales y de civilizaciones muy desarrolladas forman parte del Extremo o Lejano Oriente.
Como un incidental, quisiera hacer notar que lo mismo suele estar ocurriendo con el problema de nuestra República Dominicana y Haití, con respecto a la constante y permisible penetración de los vecinos a territorio dominicano. ¿Sería posible una transculturación de ambos países tan disímiles?
No vislumbro absolutamente ninguna posible adaptación de una cultura con la otra. Para proseguir este mensaje sobre el conflicto actual que nos concierne a todos, quisiera puntualizar que los países del Medio Oriente, continúan encadenados a un fundamentalismo religioso que impone las creencias del Corán a la fuerza, llegando a la materialización de una Guerra Santa en pleno Siglo XXI.
Todo en desmedro de muchos de sus propìos habitantes quienes se resisten contra esa forma de vida infrahumana, y por eso buscan refugio en otras tierras, causando aterrantes e ingentes migraciones. Vale decir que esos países tienen enormes recursos petroleros, cuyos beneficios sólo lo disfrutan las clases gobernantes.
Nuestra cultura occidental, por su parte, se encuentra indefensa debido a su ingenuidad, a su compasión por el ser humano, por su amor a la vida y a la libertad ganada por tantos logros vencidos a lo largo de los años. Todos estos motivos ahora la tenían durmiendo en sus “laureles” de paz.
Laureles que no esperaban ser atacados brutalmente por unos fanáticos salvajes infiltrados y externos, disfrazados de seres humanos, convertidos en “cruzados”, anticristianos y, más aún con identidades culturales totalmente opuestas a las nuestras.
En el mero hecho de que las identidades se construyen en oposición a otras, entonces sería muy contraproducente el intento de transculturarse con aquellas, que no valoran la vida humana, cuando en cambio, nosotros somos unos fieles amantes de la misma.
Sí, existe la fatalidad de un posible holocausto tantísimo peor que cualquier otro conflicto bélico transformador antes conocido.
Nuestras identidades culturales se enfrentarían a un futuro muy incierto si seguimos obviando esta predecible realidad, y al mismo tiempo haciendo poner en peligro el resultado de un largo y muy arduo peregrinar que nos permite exhibir con orgullo la gran sociedad libre e idealmente democrática de “ muchos”, que no todos, los países occidentales del presente.
Me complació escuchar al director de Folklore del Ministerio de Cultura. Dijo que estaban fomentando el merengue típico, enseñando a tocar los instrumentos y a bailarlo ¡No está en crisis! enfatizó. Habló con entusiasmo del concierto “Solo merengue” donde participarían alrededor de 30 merengueros.
A mi juicio, el día del Merengue no solo debe ser festejado el 26 de noviembre.
Las autoridades deberían buscar mecanismos para hacerlo sentir con más fuerza a nivel nacional, durante una semana. Que se escuche por todos los medios de comunicación, parques, en áreas publicas.
La semana del merengue, atraería turistas. Amo el merengue. Es una inyección de energía positiva a la sociedad. Tiene el mágico encanto de despejar de las mentes los problemas, romper las inhibiciones, unir los individuos y hacer brindar por la vida, con fe y mucha alegría.